Por Gabriela Muro
Lic. en Fonoaudiología MP 176 – Magister en Neuropsicología
El retraso simple del lenguaje representa una demora en la construcción lingüística que se manifiesta por ausencia o progresión lenta de su adquisición. Se lo considera una cronopatía que con el tiempo se va superando, sin embargo, no es tan simple ni tan fácil diferenciarlo de un trastorno del desarrollo del lenguaje ya que un requisito es el paso del tiempo. Mientras el retraso se va superando progresivamente, el trastorno se instala y es más difícil de corregir.
Por esta razón, es importante estar alerta ante la presencia de indicadores de alguna dificultad para poder tomar las medidas terapéuticas necesarias. Antes de la aparición de los primeros sonidos es importante tener en cuenta el desarrollo de las habilidades prelingüísticas, las cuales comienzan a desarrollarse desde los primeros meses cuando el niño mira a su mamá mientras se alimenta. Ese contacto visual con la madre es fundamental y debe estimularse por medio de gestos, vocalizaciones y canciones, que ella debe prodigarle en situaciones de alimentación, durante el baño, al cambiarlo o en el juego, tratando de generar situaciones de intimidad con el bebé.
Es necesario tener en cuenta si el niño tiene gestos faciales que transmitan emociones, tales como la alegría, el enojo o malestar, el miedo o la sorpresa, y si tiene otros gestos comunicativos para pedir o para mostrar algo que le gusta, es decir extender la mano señalando o pidiendo. La existencia de este tipo de gestos es fundamental en el proceso de adquisición del lenguaje y la comunicación, y su ausencia resulta un marcador respecto a la presencia de alguna dificultad en el desarrollo lingüístico. Al año o incluso desde unos meses antes, los niños pueden iniciar círculos de comunicación en donde llevan un juguete o un objeto al adulto para mostrárselo. Este es otro requisito en el desarrollo de la comunicación.
Alrededor de los 14 meses aparecen las primeras palabras, en general se trata de reduplicaciones de una sílaba como papá, mamá, tata y luego se van combinando las sílabas entre sí y el sistema lingüístico se va enriqueciendo. Mientras las habilidades expresivas aparecen muy lentamente, en forma paralela y silenciosa el niño va aprendiendo los significados de cada uno de los objetos de su entorno, es decir, el nombre, la función y de quién es propiedad dicho objeto.
La literatura actual sostiene que a partir de los 18 meses los niños aprenden entre 9 y 10 palabras nuevas por día, esto se mantiene estable a lo largo de los años. El número de palabras que el niño aprende es mayor al que sus padres o maestros pueden enseñarles. La adquisición del vocabulario por parte de los niños se produce en la mayoría de los casos sin una enseñanza explícita y en contextos no estructurados. Este sistema de adquisición léxica no se detiene, se va construyendo a lo largo de toda la vida ya que en todo momento una persona aprende terminología nueva.
Con un amplio bagaje de vocabulario el niño llega a los 2 años y comienza a unir palabras sueltas y combinarlas en frases. A medida que madura el sistema cognitivo del niño también va creciendo la longitud de esas frases y alrededor de los 2 años y medio y los tres años, las frases comienzan a estructurarse en cuatro o más elementos, aparecen las preposiciones, los artículos, los adverbios y los pronombres personales. Mejor o peor pronunciado, el lenguaje a los 3 años debe ser comunicativo y le debe permitir al niño entender lo que se habla a su alrededor. EL NIÑO A LOS 3 AÑOS DEBE HABLAR.
Repetir frases como “es muy chiquito”, “ya va a hablar” es un error imperdonable para aquel niño que verdaderamente tiene un problema de lenguaje.
Por esta razón y siempre ante la duda, se debe hacer una consulta al especialista en lenguaje, es decir un licenciado en fonoaudiología.








