Por ROMI SETTI

Adentrándonos en nuestra vida cotidiana, el trabajo y el mundo educativo ¿Cómo afectan las emociones? ¿Cómo repercuten en nuestros comportamientos? ¿Por qué en la actualidad la gestión emocional resulta realmente un gran desafío? ¡Porque hay que aprenderlo!
El concepto de Inteligencia Emocional creado por Daniel Goleman nos invita a potenciar 5 aptitudes emocionales: la autoconociencia emocional, la autorregulación, la automotivación, la empatía y el desarrollo de habilidades sociales. Ser consciente de nuestras propias emociones potenciando una “inteligencia” intrapersonal e interpersonal, impulsa de manera optimista y realista a abordar el autoconocimiento, a reconocer nuestras fortalezas y áreas de mejora, y de esta forma, descubrirnos más, reducir nuestra ansiedad y encontrar paz mental.
¿Cómo podemos generar una comunicación más asertiva si no presto atención a mis propias conversaciones internas? ¿Cómo podemos trabajar en equipo si no sabemos qué nos destaca, qué nos enoja o qué nos entusiasma? Cuando hacemos ese turismo interno empoderamos la autoconfianza, la autoestima y la valoración con uno mismo, de esta manera, esta dimensión emocional nos lleva también a la necesidad de autocontrol, liberando tensiones, buscando calma y bienestar en nuestro ser. Suena lindo, ¿no? La clave está en la constancia y disciplina en reflexionar y accionar. Una vez que incorporamos rutinas de autogestión de las emociones, damos aire a la motivación interna, a reconectarnos con la automotivación: ¿Qué nos mueve? ¿Cuál es tu motor para accionar? Para sentir esa chispa y actitud positiva hacia las metas, es fundamental ese trabajo previo de conocernos y aprender a regularnos. Es el primer paso para construir vínculos. Ahora bien, te invito a aprovechar estas preguntas poderosas para con los demás, y de esta forma nos convertimos en despertadores motivacionales que promueven el “darse cuenta” para continuar el viaje con el desarrollo personal. Y ahí aparece la empatía, entendiéndonos podemos entender mejor a los demás: ponerse en los zapatos del otro y como me gusta decir a mí, primero sacarme mis zapatos (mis creencias, mis interpretaciones, mis juicios) para recién ponerme en los zapatos del otro, y “caminar” con esos zapatos, es decir, sentir conexión con los puntos de vistas, detectar las pistas emocionales que me llevan rumbo a potenciar las habilidades sociales: convertirse en mejores comunicadores, mejores líderes, mejores negociadores, mejores colaboradores, mejores aprendices.

Entendiendo las dimensiones personales y relacionales como guía transformadora, tenemos el puntapié que nos permite conectarnos con el camino a la educación emocional. La educación emocional es la generación de procesos formativos y espacios de enseñanzas que nos invitan a reflexionar sobre el ecosistema emocional. La buena noticia es que nos abre puertas a incorporar mejores prácticas en nuestros hábitos pero también podemos ser facilitadores de experiencias de aprendizaje emocional en nuestro entorno. De eso se trata. Para encontrar congruencia y coherencia, la educación emocional debe ser holística e integradora en el contexto personal, familiar, educativo y laboral. Por ese motivo, hay que ser protagonistas en el rol que asumimos.
No es algo qué se transforma de un día para el otro, sino que es un esfuerzo de todos los días en buscar ser mejores personas y que el torbellino emocional no nos abrume. Somos seres emocionales y tenemos que aprender descubrirnos y a inspirarnos con nuestras luces y sombras. En la vorágine diaria que tenemos y haciendo foco en el equilibrio, es muy importante contemplar herramientas que puedan gestionar y desarrollar la inteligencia emocional, pero primero tenemos que resignificar nuestra forma de aprender sobre las emociones. Soy una convencida de que la formación socioemocional nos lleva a accionar sobre estos ejes:
– Bienestar Emocional: Contribuir a generar experiencias armoniosas y de convivencia sana en contextos organizacionales y académicos.
– Formación y Desarrollo: Entrenar emociones como optimismo, entusiasmo, resiliencia, flexibilidad, adaptación al cambio.
-Motivación y Juego: Estimular la creatividad y toma de decisiones a través de espacios inspiradores, disruptivos y lúdicos. Además, aporta beneficios a manejar la tolerancia a la frustración. ¡Y encima nos divierte y contagia emociones que abren posibilidades!
– Pausas Conscientes y Mindfulness: Ayudar a frenar, respirar y conectarse con nuestro ser a través de técnicas de atención plena y recreos emocionales.
– Diálogo: Lograr espacios de conversación, coaching y reflexión creando nuevas formas de observar nuestras emociones.
Aprender sobre inteligencia emocional no es una receta pero tampoco es una utopía. Es asumir una responsabilidad afectiva con uno mismo y con los demás. Es hacerse cargo de lo que sentimos y de lo que hacemos con lo que sentimos. Es reconocer que siempre tenemos algo que mejorar. Esto no se mide como un coeficiente intelectual, no vamos a ser perfectos en gestionar emociones pero si podemos ser mejor que ayer. ¿o no?

Lic. Romina Setti – Instagram: @romi.setti
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