UNA NOCHE DISTINTA

El esfuerzo sobrehumano que había hecho para peinarme maquillarse probablemente compensaría con una comida decente y bar abierto. Le gustaba pensar que era una buena amiga, así que había accedido a la súplica de Lucía, su mejor amiga, para que la acompañara a ese cocktail de fin de año de su estudio. Su novio Víctor la había dejado por Whatsapp después de seis meses de relación y no estaba precisamente de lo más animada. “Siempre son divertidas las fiestas de fin de año del estudio, tengo que ir sí o sí para que el imbécil de mi jefe me tenga en cuenta. Si me acompañás te debo una”. Así que ahí estaba: un poco  emasiado alta con sus tacos de 7 cm y su vestido negro que tenía la secreta misión de estilizarla. Se sentí a totalmente fuera de su elemento entre financistas, economistas  y políticos, de hecho, solo vio un par de caras conocidas, en cuanto al resto, era como estar en otra ciudad.

Mientras Lucía saludaba al “imbécil de su jefe” decidió esperarla en el bar del lujoso salón del hotel que habían alquilado para el evento. Desde la barra se veía como un océano de trajes y vestidos de cocktail. Pidió un gin tonic y siguió con la mirada al bartender; siempre había encontrado asombroso ver cómo en unos cuantos movimientos precisos y ágiles lograban una alquimia perfecta. Dio un sorbo a su trago y buscó con la mirada a Lucía, pero no la encontró, en cambio siguió su recorrido por el salón sin ver nada que le llamara la atención; gente conversando sobre el clima, el año de trabajo, el cansancio acumulado y las vacaciones.

La música no era estridente, pero la combinación de la flauta de Kenny G. y el murmullo era bastante desapacible. Estaba aturdida y solo quería escapar de ese lugar ridículamente aburrido. Tomó su sobre y buscó su teléfono tentada de llamar un taxi cuando notó que tenía un mensaje de un número desconocido en la vista previa de su pantalla. “Estás hermosa esta noche”, leyó al pulsar en el texto. Al levantar la vista desconcertada notó que un rubio con los ojos más azules que hubiera visto la miraba divertido desde el otro extremo de la barra. No pudo hacer otra cosa que sostenerle la mirada, un poco divertida y un poco sorprendida ante lo atrevido del mensaje. Se acercó resuelto y sonriente mientras llevaba una copa en la mano.

De repente estaba a 20 cm con la actitud de un hombre seguro, haciéndola reír con chistes de economistas, ofreciéndole un segundo trago que finalmente comenzó a relajarla. Comenzó a disfrutar de la noche, y resultó que el rubio se llamaba Tomás, era un economista aparentemente respetado y no había sido quien le había escrito el mensaje. Rieron del asunto, tomaron otro trago y poco tiempo después había perdido de vista al rubio y conversaba por fin con Lucía, que traía esa mirada pícara. “¡Te vi hablando con Tomás! Me encanta para vos, es divino. Dame 15 minutos que me despida de esta gente y nos vamos, te prometo”.

Lucía era su debilidad y podía pedirle un riñón si quisiera, así que bien podía esperar quince minutos más para llegar a alimentar a su gata y, por fin, a su cama. En el preciso momento en que se imaginaba poniéndose el pijama, la luz de las notificaciones de los mensajes se encendió en su teléfono con un nuevo mensaje desde el número desconocido: “—¿Seguimos conversando los dos solos?” Alzó la cabeza intrigada mirando a cada lado, buscando a Tomás que sin duda había decidido tomarle el pelo. ¿Ah, sí? ¿Querés jugar? Juguemos. “—Me encantaría, ¿dónde?” -Enviar.- Esto del juego sumado a los dos gin tonics la hizo estremecer con una pequeña descarga de adrenalina. “—Salí del salón de eventos, tomá por la primera salida a la derecha y caminá hasta el fi nal del pasillo” Esto se pone interesante, pensó apurando el paso. Siguió las instrucciones retirándose del salón disimuladamente, notando cómo el murmullo cesó abruptamente al cruzar la pesada puerta de dos hojas y caminó por el pasillo alfombrado enmudeciendo sus tacos. “—Listo, y ahora qué?” -Enviar- “No veo las horas de verte. Seguí caminando y pasá la cocina hasta la escalera de incendios.”

Miró para atrás sobresaltada al escuchar una puerta cerrarse, pero no vio a nadie, siguió caminando hasta llegar a una puerta vaivén que daba a una cocina enorme y desierta, sólo alumbrada por la luz de las heladeras exhibidoras, pero aún así pudo notar la limpieza perfecta, el acero, las mesadas extensas y los utensilios impolutos como el instrumental de un quirófano. Al llegar a la escalera de incendios sus pensamientos divagaron con inquietud. ¿Qué hacía ahí en medio de la noche? ¿Estaba loca? Su teléfono se estaba quedando sin batería, quizá debería escribirle a Lucía antes de que se apague… “— Cuando llegues a la escalera, subí tres pisos y caminá hasta la puerta que dice Solo Personal Autorizado”.

Definitivamente, era una noche distinta. Apuró el paso y subió los tres pisos hasta llegar a la puerta indicada. Agitada y expectante tomó la manija de la puerta y empujó suavemente mientras sus manos buscaban a tientas la llave de la luz, pero no pudo encontrarla. Ayudada por la tenue luz que se filtraba desde afuera pudo ver varios estantes de aluminio con ropa de cama prolijamente apilada, un pequeño escritorio, artículos de limpieza…—¿Hola? ¿Tomás? Ya estoy aquí, no veo nada. Nada. Se había equivocado de puerta. Estaba a punto de salir de la habitación cuando pudo ver a contraluz la silueta recortada de un hombre que en el acto le resultó familiar. —¿Tomás? No soy Tomás, soy yo, mi amor, por fin vamos a estar juntos. Sabía que vendrías. No podía ser, estaba estupefacta. —¿Víctor?! ¿¡Qué hacés acá?! Soy yo, si querés llamo a Lucía.—No quiero ver a Lucía, intenté quererla, pero solo quiero estar con vos. No podía creer lo que estaba escuchando, estaba confundida y los dos gin tonics no ayudaban, trató de comprender y de repente todo se aclaró en su mente; no podía ser más que una broma estúpida y de mal gusto, ahora estaba furiosa, esperaba que en cualquier segundo apareciera Lucía riendo como una boba ante lo fácil que había sido hacerla subir tres pisos con tacos siguiendo instrucciones por mensajes. —Bueno, ya pueden reirse de mí, ahora me quiero ir a dormir, dijo mientras caminaba los tres pasos que la separaban de la puerta. Pero no llegó a tomar el picaporte porque de una zancada Víctor se había interpuesto entre ella y la puerta. Había algo siniestro en su mirada. Retrocedió sintiendo ese miedo por primera vez en su vida. Víctor la rodeó con sus brazos con una fuerza descomunal inmovilizándola por completo, diciéndole cosas que no entendía. Podía sentir su aliento en su oído y una de sus manos subiendo hasta su cuello. Trató de gritar, pero la presión sobre su garganta la dejaba sin aire, no podía respirar. Tengo que llamar a Lucía. Nadie sabe que estoy aquí.

Una nebulosa la envolvió los dos días siguientes. Luego supo que una de las mucamas del hotel Mirage la encontró inconsciente en la dependencia de servicio del tercer piso. Y sobre todo, que si hubiera experimentado un desmayo antes, habría sabido que estaba perdiendo el conocimiento y que era lo mejor que le podría haber pasado ya que Víctor nunca había matado antes, por lo que escapó despavorido dándola por muerta.

Por Lola

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