Por Cutusú
Una señora, sin que yo le pregunte nada y tal vez a modo de monólogo personal en un teatro donde el único espectador era yo, me dijo que ser leída no te hace culta. Yo en silencio pensaba a mí qué me importa, si yo leo por puro placer. La señora, como si fuera la actriz principal del teatro San Martín, me explicaba que cultura viene de cultivar la tierra y que uno se va haciendo culto con el interés hacia todo. Yo la miraba tratando de responderle, pero ella me interrumpía porque claramente no le interesaba un interlocutor que le corte su protagónico. La escuché hasta el final, donde un poco me retaba por mi poco interés por las plantas y resaltaba que ella se sabía todos los nombres del parque en latín. Todavía no entiendo bien si lo que pretendía era decirme que me ocupara del parque o que solamente leer no sirve para nada si no estudias una carrera universitaria que ponga en orden todos tus libros leídos. Lo único que saqué en limpio de esta especie de discurso es que me aburre bastante la gente que habla de sí misma. Además sucede que estas personas que solamente hablan de sí mismas tienen un repertorio de cuentos acotados y terminan repitiendo los mismos una y otra vez. No quiero convertirme en una mujer que para decir algo tenga que antes mandarse la parte de lo que es, o lo que es más cruel, herir a alguien. Respiro, me alejo y vuelvo a mis libros.
Mis libros son un escudo a la mala educación, a las conversaciones aburridas y a las quejas. Es que yo llevo mis libros a todos lados y cuando dar mi opinión no tiene sentido, los abro. Me pierdo en Londres victoriano de Oscar Wilde, me emociono con la poesía de Lorca, suspiro con Neruda, y me pongo contenta cuando descubro algún autor contemporáneo como Kazuo Ishiguro. Yo soy todos los libros que leí y también esos que vuelvo a leer una y otra vez. Hay tantos libros que quiero leer y tantas conversaciones que no me interesa escuchar, entonces no puedo perder el tiempo. Uno nunca sabe cuál será el último libro que va a poder leer. Hay días en que pienso en todos los autores que no conozco y que capaz nunca llegue a conocer, entonces siento tristeza. A veces pienso en el día en que no pueda leer más porque mis ojos estarán cansados, no puedo distraerme ahora que los tengo fuertes.
Para mí leer es lo más parecido a una meditación, de algún modo mi cerebro descansa y no hay lugar para las mil distracciones de la vida cotidiana. Para mí leer es un puente hacia el infinito. Para mí leer es volver a ser niños porque en una historia todo puede pasar. Para mí leer es la posibilidad de conocer o imaginar culturas lejanas. Para mí leer es la mejor ayuda a usar bien los puntos y las comas. Para mí leer es no aburrirme y nunca tener que esperar.
Soy lo que siento o lo que ustedes perciben cuando están conmigo. Mientras puedan percibir lo que siento que soy. Mientras haya coherencia en mi sentir, hablar, pensar y actuar, puedo estar tranquila. Antes me interesaba agradar, hoy prefiero resguardarme en un libro, hoy prefiero el silencio, hoy prefiero el espacio vacío. No me interesa adornar la realidad para que parezca bonita. En otro momento me hubiera herido el ego que me digan que no soy culta, hoy me parece solo un dato de realidad, una opinión de un sujeto que busca algo de mí. Hoy no me pregunto por qué me dice tal cosa, sino para qué, qué están buscando con esto que me dicen. A veces lo digo en voz alta, entonces mi interlocutor se descoloca, y muchas otras escucho en silencio. Me parece elegante el silencio y bastante más verdadero que unas escuetas palabras.
Hoy agradezco haberme cruzado con este “discurso de cultura” porque me enseña de una forma clara en lo que no me gustaría convertirme. Dicen que tus mejores maestros son aquellos que te hacen pensar o cambiar. Me puedo dar cuenta de que creo en mí. Siento la calma y creo que todo va a estar bien. Respiro y vuelvo a agarrar la novela en el lugar exacto donde la había dejado. Vuelvo a perderme en el infinito, voy a ese lugar donde no me pueden hacer daño.