UN GESTITO DE IDEA

La idea del mimo Pascal Pascual (César Calabrese) es muy clara: “Hay que dejar volar el alma”. Veamos cómo esta leyenda del teatro salteño viene remontando ese barrilete que él llama libertad.

Textos y fotos: Chema Domínguez

Abre una valija chiquitita y con agilidad indiscutible toma el maquillaje y comienzan a aparecer en instantes las facciones del mimo que sabe cómo derribar en pocos minutos cualquier muro de seriedad, para que comience la invasión de risas. Creo que en realidad, simplemente se desmaquilló, y que César Calabrese sea probablemente el personaje de Pascal Pascual. Averigüemos.

¿Cómo fue la infancia de César Calabrese?

“Hacete pa´ allasito” me decía mi papá porque dormíamos apretados, pero yo pensé “qué buena idea hacerme payasito” (sonríe). Comencé a pintarme con el lápiz de labios de mi mamá, y echaba mano de todo lo que me pudiera servir para ser un payaso. El colegio para mí era una tortura. Después intenté con artes marciales, ciclismo, pelota, paleta, básquet, natación. Todas cosas que me gustaban, pero no me atrapaban. No me conquistaban.

En mi adolescencia solían poner seguido avisos para inscribirse en la “Marina”. Yo inmediatamente lo asocié a la aventura, a conocer lugares y también algunos amores. Era muy atractiva esa idea para mí. Tenía sólo 15 años. Pero duré muy poco.

Lo que seguía fuerte en mí era la idea de viajar. En tren, a dedo, de colado, todo valía. Entre esa intensa búsqueda llegué a estudiar aviación civil. No funcionó. Finalmente, un amigo me invita a las clases de teatro de la UNSA. Me fascinó. Y siempre hacia la comedia era mi camino. Charles Chaplin, Carlitos Balá, Pepe Biondi entre otros, eran mi horizonte.

¿Y en qué etapa aparece la música?

Después de la actuación. Con unos amigos formamos una jazz band, pero no para que sea una banda, sino que nos inspiramos para darle un uso más al estilo Les Luthiers, porque las risas y la actuación eran lo más atractivo para mí. Me doy cuenta de que podía combinar la música, la actuación (mimo) y los viajes. Era genial, porque al valerme de los gestos, podía viajar para actuar en cualquier lado, mi idioma gestual me lo permitía. Y siempre con el objetivo de hacer amigos. Incorporé magia, técnicas de payaso, orfebrería, escultura… me nutro de todo arte para mi arte.

¿Y a qué destino te llevó esa revelación de tener un arte que te permita viajar?

Decidí ir a la India, tenía 18 años y una mochila. Partí desde El Portezuelo a dedo. Fui por toda Latinoamérica, Brasil, Guyana Francesa… muchísimos lugares, peligrosos. En los ´80 había muchas guerrillas, carteles narcos, dictaduras, viajar era, sin duda, garantía de aventuras, porque era muy fácil meterse en problemas.

En un viaje de Bolivia a Perú estuve secuestrado una semana por Sendero Luminoso (facción terrorista del partido comunista del Perú). Terminé saliendo por Chile y llegué a Neuquén. Y no renunciaba a la idea de irme a Europa. Es tan duro trabajar en Argentina, que me llevó 5 años reunir lo suficiente para partir a Europa. Había pasado una década desde aquella tarde en El Portezuelo.

¿Cómo te recibió Europa?

Con la caída del muro de Berlín, Alemania me generó una buena impresión por el respeto a los artistas. Me quedé 13 años. También fui a Grecia, Francia, Suiza, Portugal, España… siempre trabajando de mimo y haciendo música.

Trabajar para grandes firmas allá es posible. El arte es valorado y popular. Lo que en Neuquén me llevó 5 años, en Europa te puede llevar, quizá, un día. Seguía en contacto con Salta, porque venía todos los veranos durante unos 20 años, luego partía nuevamente hacia Europa.

Y llegó la hora del regreso… Sí, sí. Tenía la necesidad de ayudar a mis padres. Ahora sigo cuidando a mi madre, mi padre ya falleció y estoy aquí por ella. Acá con una realidad más dura, más difícil para el artista. Pero he aprendido a aprovechar los momentos difíciles. Yo hago humor, y nada alimenta más al humor que la tristeza. La tristeza y el humor son inseparables. Hacer reír a partir de las sensaciones que nos trae la tristeza es el camino para mí. El mundo está enfermo de preocupaciones. Yo necesito reír y este arte es la excusa perfecta para eso.

¿Creés que fue gracias a la hermandad entre tristeza y humor que tu arte se pueda expresar en escenarios tan diversos como los que has experimentado?

Sí, por supuesto. La tristeza y el humor se unen en todas las culturas. Las diferencias pasan por los tabúes. Eso varía de país a país. Lo que podés decir en una cultura, no podés en la otra. Y tenés que ir variando. En cuanto a las muecas, tenés que hacer pequeñas variaciones. En Japón quizá tengas que hacer más modificaciones que en Inglaterra, pero como hay culturas más viajadas, lo mismo pueden interpretar correctamente gran cantidad de gestos. Siempre me informo para no cometer errores graves.

Al trabajar con el humor, estás en estrecho contacto con los ánimos de la sociedad. La viste pasar por diversos fenómenos políticos, económicos y religiosos.

¿Cómo ves a la sociedad de estos momentos? ¿Cómo la ves de ánimo a la hora de preparar humor para personas de hoy?

La gente se aísla por más que parezca conectada. Cada vez más apartada de los demás. Las cosas se van enfriando de algún modo, eso es preocupante. Y solo me queda claro de todas mis experiencias que lo único que quiero es amar y que cada vez nos cuesta más aprender a hacerlo. Siento que no he logrado romper esa membrana fría que está vigente en la sociedad. A pesar de los esfuerzos de querer ser libres, hoy hay más prohibiciones que antes. Hoy es muy difícil abrazar. Hay que dejar volar el alma.

¿Que te espera?

La aventura, siempre.

 

 

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