Marzo ya está entre nosotros y suele pasar que automáticamente lo asociamos con “volver a clases”, lo cual suscita en las familias diferentes sensaciones. Algunas madres respirarán aliviadas pensando que las vacaciones fueron demasiado largas y que necesitan volver nuevamente a la rutina; otras familias pensarán que las vacaciones fueron
muy cortas, y que se “pasaron demasiado rápido”, y quizá necesitaban más tiempo para descansar. Y así, cada familia tendrá su propia vivencia de lo que es volver a empezar un ciclo lectivo.
Una vez más el marketing y la publicidad nos “bombardean” con promociones y ofertas que son el signo de alarma visible de que el verano finalizó y se aproxima una nueva etapa. La realidad es que cuando empieza un nuevo año escolar los padres estamos invitados a volver a acompañar a nuestros hijos en una nueva etapa. Cada año escolar tiene sus propias características, suscita distintas sensaciones y nos devuelve la realidad de que nuestro hijo está creciendo. Cada etapa escolar tiene nuevos desafíos, nuevas exigencias y nuevas expectativas para los padres.
Tener expectativas es una vivencia positiva, ya que denota esperanza en las habilidades de nuestros hijos, y confianza en que gradualmente a lo largo del año irá creciendo en diversos aspectos y desarrollando habilidades sociales, emocionales y cognitivas. Sin embargo, cuando nuestras expectativas son demasiado altas y rígidas, pueden transformarse en ansiedad, y esta no permite que nuestro hijo se despliegue según sus propios tiempos, sino que forzamos procesos, presionamos sin necesidad y a largo plazo dañamos su autoestima.
De lo contrario, si no prestamos atención a sus procesos de desarrollo, y pensamos “es chiquito, ya lo va a lograr” corremos el riesgo de perder tiempo en la estimulación específica que necesita para continuar con el proceso esperado. Por ejemplo, es lógico esperar que nuestro hijo en primer grado aprenda a leer y escribir, y es la habilidad más importante a adquirir durante el año. Sin embargo, sería negativo una intervención ansiosa e invasiva que provocara frustración y desgano. Como también es negativa la negligencia de “no valorar en su justa medida el proceso que implica este aprendizaje.
Entonces me pregunto: ¿qué significa la palabra acompañar a nuestros hijos para que logren desarrollarse a lo largo del año? El término acompañar proviene de la palabra compañero, que etimológicamente procede del latín ‘cumpanis’ (cum: con panis: pan/ ‘comer de un mismo pan’) y llega hasta nosotros como ‘compañero’.
Desde esta perspectiva “ser compañeros” o acompañar es transitar juntos un camino, caminar al lado, guiar, proponer objetivos y caminar hacia ellos. Los educadores esperamos que los padres sean “compañeros guía” de sus hijos, los acompañen a transitar la escolaridad, “caminen delante de ellos”, marcando el camino, dando apoyo y contención en los momentos que sean necesarios.
Esta guía que necesitan presupone que los padres ya caminaron este camino anteriormente y pueden marcar la senda, iluminar, darle una mano para levantarse si fuera necesario, pero no pueden hacer el camino por ellos, es decir que cada niño necesita transitar su propio camino, encontrase con obstáculos, buscar diferentes estrategias para resolverlos, como también levantar la vista y saber que sus padres van a estar presentes y continúan acompañándolo, a pesar de las caídas y tropezones ante los cuales se puedan encontrar. Los padres, entonces, nos encontramos ante una dura tarea de equilibristas, que implica transitar nuestro papel de acompañantes guía por un hilo muy fino y haciendo lo necesario para lograr mantenernos firmes sobre ese “hilo”. El “justo equilibrio” es inculcar valores de la responsabilidad por sus obligaciones, el compromiso con su aprendizaje y el respeto por los docentes. Sin embargo esta tarea no es sencilla, y suele suceder que a pesar de que estemos convencidos de los valores que queremos para nuestros hijos en algunas circunstancias nos convertimos en padres sobreprotectores, e intentamos resolver los problemas u obstáculos que se le presentan diariamente, entorpeciendo el desarrollo de sus
capacidades. Otras veces estamos ausentes, muy preocupados por nuestras propias conflictos y problemas y desestimamos la importancia que tienen los pequeños detalles de la escolaridad cotidiana y pensamos que “son cosas sin importancia” (el mapa, el compás, la reunión de padres, la hoja de calcar). Sin embargo, en estos pequeños detalles se juegan la educación de nuestros hijos, en la manera de resolver estas pequeñas situaciones de la vida cotidiana.
Es necesario que el niño/adolescente se enfrente a las frustraciones que le presenta su propia vida, que encuentre conflictos y logre resolverlos de la mejor manera posible, y que cuente con la presencia de sus padres, pero también con papás que puedan decir “esto lo tenés que resolver solo”. En estas circunstancias se pueden generar diálogos y situaciones muy enriquecedoras, que favorecen el desarrollo de la autoestima y la autoconfianza. Aprovechemos estos momentos para enseñarles a nuestros hijos a planificar con tiempo, a ser responsables y cumplidos con lo que se comprometen, a interesarse por los temas que aprenden en el colegio, a valorar lo que les damos y lo que tienen.
Pero es importante que nuestras palabras estén respaldadas por acciones que se lleven bien con esas palabras, si no se convierten en “sermones vacíos”, que “entran por un oído y salen por el otro”. Intentemos que nuestra conducta sea integral, nuestros hijos aprenden de nuestro ejemplo, más que de nuestras palabras. Quizá lo que nuestros hijos necesitan en la etapa escolar es que como padres valoremos de manera explícita la dura tarea que para ellos significa ir al colegio y cumplir con sus responsabilidades. “Valorar de manera explícita” es mostrar interés por su vida a partir de acciones cotidianas. La coherencia entre nuestros valores y nuestra vida es fundamental para educar a nuestros hijos.
Nuestro cerebro es “plástico” y moldeable, tiene una gran capacidad para adaptarse a las circunstancias del entorno, modificar su estructura para adaptarse a las necesidades del medio como respuesta a un estímulo específico. Estos nuevos descubrimientos de la neuropsicología aportan información trascendente para entender cómo funciona nuestro cerebro y la importancia que tiene el contexto y los estímulos cotidianos que este recibe. Los padres somos una parte muy importante en este contexto que estimula al niño a desarrollarse. Estamos llamados a caminar “haciendo equilibrio” por el fino hilo que significa educar a nuestros hijos, seamos conscientes de nuestros pasos, y si perdemos el equilibrio volvamos a subir nuevamente, acompañando la educación de nuestros hijos juntos familia y escuela.
Por Lic. Francisca Isasmendi – Psicopedagoga – Coordinadora de “Potenciate” (Centro Psicopedagógico-Herramientas Educativas) @centropotenciate