Por Irene Soler
Desde que se decretó la cuarentena obligatoria la naturaleza empezó a ocupar el espacio que los humanos dejamos vacío. Desde la postal de los patos caminando en las veredas del parque San Martín en Salta, hasta carpinchos en Tigre, lobos marinos en calles de Mar del Plata, un puma en comunas de Chile, delfines en Venecia, lobos en España, etc. Estas imágenes dieron vuelta el mundo y fueron celebradas por todos. Ademas, en las ciudades que permanecen bloqueadas se ha reducido sensiblemente la contaminación del aire, fruto del cierre de la actividad industrial y de la ausencia de transporte.
Aunque, al parecer, estos fenómenos serán de corto plazo, sirven para hacer evidente las consecuencias que la actividad humana genera en el planeta y lo que ocurre cuando retrocedemos un poco.
Esa es la paradoja o el lado “b” de esta crisis mundial, que nos preocupa por sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales, pero que, imprevistamente, significó un alivio para el planeta.
Los expertos explican que ambiente y coronavirus están relacionados. Los primeros afectados por el Covid-19 coinciden en haber visitado un mercado en Wuhan, China, donde los animales salvajes eran llevados vivos y luego sacrificados y vendidos como alimento o para generar productos derivados, sin ningún control.
El Covid 19 es una zoonosis, es decir, una enfermedad que tiene su origen en un animal y es transmisible a los seres humanos. El Centro de control de enfermedades de EEUU afirma que “tres cuartas partes de las infecciones nuevas o emergentes que afectan a los humanos, como el ébola, el dengue, el zika o la fiebre amarilla, se originan en la vida silvestre” *.
Los bosques albergan infinidad de animales y plantas, y dentro de estas, virus desconocidos. La caza de animales salvajes, su venta, la destrucción de sus habitats para el cultivo, la creciente urbanización y la cría de ganado en espacios reducidos son hechos que favorecen el intercambio de enfermedades y riesgo de epidemias.
Nuestras demandas sobre la naturaleza aceleraron la pérdida de especies a un ritmo desconocido desde la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, rompiendo un delicado equilibrio natural. Desde la ecología de enfermedades se explica así: “Cuando un ecosistema no ha sido perturbado, las especies coexisten equilibradamente y los patógenos están diluidos, por lo tanto, no tienen condiciones para generar brotes de enfermedades. Pero cuando un ecosistema es perturbado, hay especies que, junto con sus patógenos, comienzan a dominar; es ahí en donde se crea una zona de riesgo para el brote de una enfermedad”.**
A pesar de todo, es un buen momento para mirar hacia atrás y hacia adelante, y pensar formas más seguras de coexistir con la naturaleza. Tenemos que tomar medidas para prevenir la próxima pandemia: detener la pérdida de biodiversidad, repensar prácticas agrícolas, y prevenir la pérdida de hábitats, frenando las migraciones de animales que aumentan el riesgo de propagación de enfermedades infecciosas. Reducir la contaminación del aire causada por la quema de combustibles fósiles y promover energías renovables ayudará a mantener nuestros pulmones sanos, lo que puede protegernos de enfermedades respiratorias y también disminuir el calentamiento global.
La epidemia de Covid 19 demuestra que la salud de los ecosistemas y la salud de las personas no están desconectadas. Hemos alterado la mayor parte del planeta y estamos pagando un alto precio por eso, como afirmó, hace mas de 60 años, Rachel Carson, mujer, bióloga y ecologista: “una guerra contra la naturaleza es, en última instancia, una guerra contra nosotros mismos”.
**https://es.mongabay.com/2020/04/covid-19-deforestacion-y-la-perdida-de-especies/