Nuestros adolescentes de hoy

Por Ana Lucía Soler

Hace casi un siglo y medio Dostoievski escribió “El adolescente”, novela en la que nos ilustra con esa genialidad que caracteriza su pluma, la tensión que surge en este momento de la vida a partir de la puja interna entre los ideales y las sensaciones turbulentas y caóticas del nuevo cuerpo

Sabemos que la adolescencia es un tiempo de construcción y de elaboración que lleva a los jóvenes al pasaje de la infancia a la adultez: desde cierta soledad necesaria y productiva se construyen los aspectos de la subjetividad que aparecerán como las versiones estables de la personalidad. 

Si como Víctor Hugo ubicamos este período como esa “delicada transición”, la adolescencia aparece ya en las descripciones clásicas, como un momento de fragilidad, pero también de invenciones y creaciones. Por un lado, predominan la angustia, el desarreglo, el hastío, la soledad, la vergüenza, la agresividad, pero también fluyen la risa, la invención, los sueños que pasan a ocupar el primer plano de la escena. 

Hoy en día nos encontramos con la aparición en los jóvenes de nuevos síntomas que se presentan articulados al lazo social, y que incluso se convierten en fenómenos de masa: alcoholismo y toxicomanía, anorexia y bulimia, delincuencia, encierro, suicidios… Podemos, entonces, ubicar la siguiente pregunta: ¿qué es lo nuevo de la adolescencia en la actualidad? 

En primer lugar, el adolescente de hoy pende de un futuro líquido (Bauman). Está ante innumerables opciones y las pone un poco a prueba a todas y al mismo tiempo a ninguna. Así, observamos jóvenes inmersos en un hacer sin dirección o que postergan permanentemente la elección, ya que no intentan, ni trabajan por el miedo inconsciente a perder. 

En segundo lugar, los púberes antes conocían el mundo de la mano de padres, profesores y amigos, que enmarcados en diferentes instituciones sociales operaban como modelos y referentes. Actualmente, lo descubren a través de medios solitarios, ligados a la tecnología  y desatados del lazo social. Esto lleva a una confrontación permanente con información ilimitada, que les permite un abanico de observación, pero que los lleva a un proceso de desidealización y degradación de la realidad. Se produce una caída de los soportes del saber y del lazo. 

Tercero, la ambivalencia afectiva propia de este periodo se radicaliza: el amor y el odio, y, consecuentemente, el rechazo y la aceptación de las otras personas y sus pedidos se leen solo como emociones o caprichos al gusto de quien los enuncia y no en relación con una coordenada que los enmarca y les da sentido. 

De tal manera, el adolescente de hoy actúa bajo dos formas antagónicas de presentación, pero que responden a las mismas causas: 

 

  • Inhibidos y encerrados en su cuarto, sintiendo una inhabilitación permanente o una única habilitación a través de las pantallas, 

 

  • exponiéndose permanentemente a situaciones extremas con el fin de experimentar “todo”. 

 

 

Tanto el encierro absoluto como la actuación constante, sin el apoyo del pensamiento reflexivo, conllevan, gran cantidad de veces, graves consecuencias sobre sí mismos y los otros. 

Vemos así que, tanto adolescentes como adultos, padecen los impasses del individualismo, narcisismo e hiperconectividad de nuestros días, productos del desmoronamiento de las ideologías y de los grandes relatos (Lyotard) y del desplome del Nombre del Padre como función (Lacan).

Los momentos de exilio mencionados son vividos de manera más aguda por adolescentes que se encuentran en un lugar de exclusión o de mayor vulnerabilidad. Es por esto que el grupo de pares y los modos de arreglárselas con el mismo conflicto que ellos sienten son soportes fundamentales para atravesar esta etapa. Los amigos se convierten en las muletas de su Yo en plena reconstrucción.  

Este instante de ver lo nuevo que surge y de reorganizar la subjetividad requiere de un punto de apoyo y de un tiempo armado. Si a ese yo apresurado y encerrado, propio de esta transición, se le suma un contexto de aislamiento (forzado), de tiempos confusos y la carencia de figuras guías que lo conduzcan, la respuesta más probable que se pone en acto es del orden de una salida vía la impulsividad y la agresión con el otro o consigo mismo.

Entonces, si advertimos que el adolescente no dice lo que siente, porque tampoco él puede identificarlo bien, es a los adultos a quienes compete soplarle las palabras que le faltan, ayudarlo a traducir el mal-estar que siente y, de tal manera, ser una coordenada que lo orienta en este transitar

Los padres se encuentran con el gran desafío de evitar que los objetos de mercado y las imágenes de las pantallas sean su influencia más importante. Y, por el contrario, acompañarlo para que construya su personalidad con la referencia del deseo y el amor que solo se transmite con la presencia. 

 

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