Mi colegio

Por Cutusú

Mi colegio ya no es mío porque no hay un banco en la última fila a la derecha con mis libros esperando. En la puerta de la entrada nadie va a controlar el largo del ruedo de mi pollera o que mis uñas no estén pintadas de colorado. Cuánta vida mía adentro de sus muros, remera azul, zapatos negros lustrados y el corazón alerta porque podía pasar por el pasillo el chico que me gustaba. Mis mañanas eran del colegio y en un intento de conquistarlo todo quise hacerlo mío. En el último año sentí que lo había logrado porque el colegio y yo éramos juntos en un mundo que podía ser cualquier cosa. Yo, ajena al paso de los años y con los libros de Neruda bajo el brazo, me sentía segura cuando tocaba el timbre para entrar otra vez al aula.

Mi colegio ya no es mío y eso me pone triste. No quiero que ninguna chica ocupe el banco de la última fila a la derecha, no quiero que ella sonría al joven que pasa por la ventana, no quiero tampoco que Clara le pregunte dónde compró sus anillos y pulseras, no quiero que descubra a Óscar Wilde en una clase de literatura con Laura Avellaneda. Más bien, me gustaría que mi banco no se use, callado en un rincón del aula será la prueba de mi ausencia, y entonces ellas, las profesoras, por un instante se acordarán de quien fui. Pero eso no es posible porque los bancos no se guardan para mujeres adultas con hijos que no viven en Salta, los bancos son para jóvenes bulliciosas con la pollera corta y el alma inquieta.

Mi colegio ya no es mío, entonces quiero estar vacía, ya no quiero aprender nada. Que todos los libros que he leído vuelvan a la biblioteca, quiero que salgan de mi cuerpo, no los quiero ya mezclados entre mis pensamientos. Afuera, y que una niña tímida los recoja y se pierda en París con Cortázar. París ya conozco. Yo ya no soy porque mi colegio ya no es mío. Leo lo que escribo y me da asco porque no me encuentro, soy una ladrona de palabras, pero no puedo robar sentimientos, por eso mi texto es vacío. Dime tú, profesora experta, ¿cómo hago para sacar de mi sangre las letras que me has enseñado? Si estoy escribiendo de tú y en cualquier momento viene la gitana y el verde se apodera de todo y de mí no queda nada. Basta. Pero sí que eres travieso, Federico, que te quieres apropiar de un texto escueto como la luna, luna entre tus versos.

Mi colegio ya no es mío porque yo me vuelvo vieja, vacía como Yerma, sola como Rosita y mala como Bernarda. Pero mi colegio sigue igual, será que el tiempo se olvidó de él, será que al albergar carne joven no se vuelve viejo. Es que tiene el mismo olor y el mismo patio con su piso damero blanco y negro, pero mis ojos ya no son fuertes y al costado de ellos hay arrugas. Cómo es posible una niña con arrugas. Profesora, déjeme entrar al aula, le prometo que no hago ruido. Profesora, quiero volver a analizar una poesía sin saber su rima. Profesora, busque libros nuevos porque estos ya los he leído. Profesora, ya no necesito calificaciones porque no voy a ninguna parte. Profesora, cuénteme otra vez esa historia tan preciosa de cómo se dividió la tierra. Profesora, le digo la verdad, no se ofenda, no he aprendido matemáticas, en sus clases leía poesía y creo que por eso me he vuelto loca. Profesora, si me deja entrar a su aula prometo cerrar mis libros e intentar hacer poesía con las matemáticas.

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