Por Gabriela Parentis
Con más de quince años de experiencia en el mundo de la gastronomía, Lucía Ordoñez encontró en los vinos un mundo nuevo para explorar. Es licenciada en Nutrición y además decidió profesionalizarse como sommelier para responder principalmente sus inquietudes sobre esta bebida y luego abrirse a un universo mucho más grande, donde sus tareas ya abarcan por ejemplo degustaciones, capacitaciones y brindar información que no todos conocemos.
En esta entrevista con Revista abc, nos propone un recorrido con algo de historia sobre la evolución de la vitivinicultura en Argentina, algo que seguro vas a querer conocer, y recomendaciones para que disfrutes de una experiencia de calidad abriendo un buen vino.
Según nos contó, la reconversión vitivinícola en el país comenzó en los 90 con Arnaldo Etchart, quien trae a Michel Rolland, un enólogo que volaba por el mundo haciendo asesorías y es muy hábil con los negocios. Se instaló en Mendoza y comenzó a crear su propio proyecto con tecnología e investigación y mayor calidad.
Desde los 90 en adelante se hizo un salto impresionante, lo que permitió que Argentina pueda exportar sus vinos al resto del mundo y posicionar el malbec sobre todo. En su opinión, falta un poco con el torrontés, que ahora el público extranjero recibe mejor, ya que antes era más invasivo y a la gente no les gustaba tanto. En la actualidad están tan delicados y tan bien hechos que es un distintivo nuestro, porque es un varietal autóctono, 100% argentino.
Es una mezcla que se dio acá, no hay otro país que lo produzca y el mejor lugar donde se da es en los Valles Calchaquíes, que por sus características agroecológicas, la altura y la cantidad de días de sol dan un producto de gran nivel. Como apreciación personal, el consumidor local tiene que revalorizarlo y empezar a llevarlo como emblema.
“Hoy hay una excelente elaboración local, pero está pensada a nivel global, se busca conquistar mercados, hacer un producto competitivo que le vaya bien a nivel gastronómico, es decir que acompañe perfectamente las comidas y que le guste a los consumidores; cuando todo eso se alinea, las cosas salen bien. Tenemos muy buena recepción por parte del mundo y lo que tienen como distintivo nuestros vinos son los precios; acá lo que pagás por un vino de calidad, afuera no lo conseguís. Por eso es tan demandado, los extranjeros no pueden creer que costeando lo que para ellos son pocos dólares tienen un producto de exquisitez”.
Lucía nos contó que a lo largo de su carrera tuvo la suerte de probar varios vinos salteños y que la evolución en calidad que tienen es excepcional. Más allá de saber que el epicentro siempre fue Mendoza porque reúne el 80% de la producción del país, el nivel de calidad es el mismo que en Salta, porque hay tecnología y mucha gente muy preparada, sin dejar de tener en cuenta el número de nuevos proyectos y lo relacionado al turismo que tan aceitado está en la región. Todo esto decanta en buenas perspectivas.
Consultada sobre la cuestión de género en el mundo de los vinos, aseguró: “Con el pasar de los años la mujer fue avanzando mucho, son muy hábiles en la cuestión sensorial y están abiertas a detectar una paleta de aromas mucho más precisa que los hombres. Las enólogas mujeres hacen vinos distintos, tienen sus propias búsquedas, van jugando con otros sabores y esto provoca una diversidad para elegir.
Antes quizás se asociaba a la mujer solamente con el vino blanco o dulce y hoy tenés a muchas que son referentes en vinos tintos. Al mismo tiempo, cada vez hay más hombres que eligen los blancos porque hay variedades muy buenas en Argentina, entonces hay otro panorama para el público”.
También agregó, “cada vez hay más enólogas mujeres, chicas que elaboran sus propios vinos, de hecho, en los últimos años en competencias de sommelier las ganadoras han sido todas mujeres, salvo en un caso. Obviamente, falta y la proporción sigue siendo desfavorable, pero se nota mucho que hay otro interés de la mujer en este ámbito”.
Sus recomendaciones:
- Existen muchas marcas para elegir, entonces cuando estas iniciándote lo ideal es pedir una sugerencia en el lugar.
- Respecto al tema combinación comida-bebida hay algunas reglas que más o menos seguimos, pero hay una gran cuestión de gusto propio. Por ejemplo: Si voy a comer algo liviano (pescado o algo que esté echo de forma sencilla, sin grasas), busco un vino suave como un blanco, rosado o uno espumoso. A medida que voy subiendo la intensidad de la comida, es bueno acompañarla con un vino que tenga algo más de estructura, potencia, como un tinto que haya pasado por barrica, o un varietal que tenga suficiente carga de tanino. La única excepción que podemos decir acá, se trata de los maridajes regionales. En el país tenemos dos, uno es el malbec con carne y otro es el torrontés con la empanada salteña.
- La temperatura es clave porque un vino puede ser muy bueno, pero si lo tomás a un tiempo que no va, lo matás. Los que son blancos, rosados y vinos espumosos siempre van bien fríos.
- Con el tinto hay que tener cuidado porque siempre se dice que lo tomamos a temperatura ambiente, pero eso implicaba la temperatura de las cavas en Francia, fresca a 16 grados. Aquí hace calor, por lo que no hay que tener miedo de pedir frapera para enfriar el vino. Una temperatura adecuada y una copa sencilla: no necesitás nada más para tomar un buen vino.
- Si podés invertir, elegí alguno que haya pasado por barrica, por ejemplo, que diga “Reserva” en su etiqueta, ese ya va a tener un poquito más de complejidad.