Por Pbro. Oscar Ossola
Cura párroco de San Lorenzo
Desde los primeros siglos del cristianismo, el 26 de julio se festeja a San Joaquín y Santa Ana, los papás de la Virgen María y, por tanto, los abuelos de Jesús. Con tal motivo, el Papa Francisco nos invitó a que el cuarto domingo de julio de cada año celebremos la Jornada Mundial de los abuelos, abuelas y personas mayores; este año bajo el lema “Yo estoy con ustedes todos los días”, promesa de Jesús a los apóstoles un momento antes de la Ascensión a los cielos (Evangelio según san Mateo, capítulo 28, versículo 20).
Aparece entonces providencialmente esta Jornada como una nueva página en medio de unos meses dramáticos de dificultades. Muchas personas mayores tendrían derecho a quejarse de cómo han sido tratadas o maltratadas en estos meses de pandemia. Pero la Iglesia, dice el Papa, nos invita a dar un paso más y nos habla de “ternura”. Así lo expresaba también el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida el pasado 21 de junio al presentar la Jornada: “Ternura hacia los mayores porque, como nos recuerda el Santo Padre, el coronavirus ‘les ha reservado un trato más duro’. Por eso, el Papa espera la visita de un ángel, que baje a consolarlos en su soledad, e imagina que este ángel puede tener el semblante de un niño o un joven que visita a un anciano”.
También se destaca que esta nueva Jornada habla de la ternura de los abuelos hacia sus nietos, de la guía segura que pueden ser los mayores para tantos jóvenes que se encuentran perdidos, especialmente en una época como la que vivimos, en la que las relaciones humanas se han enrarecido. La ternura no es solo un sentimiento privado, que alivia las heridas, sino una forma de relacionarse con los demás, que también debería respirarse en el espacio público. Nos hemos acostumbrado a vivir solos, a no abrazarnos, a considerar al otro un peligro para nuestra salud. Por lo tanto, la ternura tiene un valor social que esta celebración pretende afirmar, la ternura es un bálsamo que todos necesitamos y nuestros abuelos pueden ser sus dispensadores.
“En la sociedad deshilachada y endurecida que está surgiendo de la pandemia —dijo también el cardenal Farrell—, no solo hay que vacunarse y recuperarse económicamente, sino que hay que volver a aprender el arte de las relaciones. En esto, los abuelos y los mayores pueden ser nuestros maestros. Por eso también son tan importantes”.
Sueños, memoria y oración
El Papa se dirige a las abuelas y los abuelos con palabras muy afectuosas y les recuerda la importancia de su vocación renovada en este momento crucial de la historia. Hay tres elementos que caracterizan esta llamada: sueños, memoria y oración.
El profeta Joel, en el Antiguo Testamento, pronunció en una ocasión esta promesa: “Sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes, visiones” (Libro de Joel 3,1). El futuro del mundo reside en esta alianza entre los jóvenes y los mayores. ¿Quiénes, si no los jóvenes, pueden tomar los sueños de los mayores y llevarlos adelante? Pero para eso es necesario seguir soñando: en nuestros sueños de justicia, de paz y de solidaridad está la posibilidad de que nuestros jóvenes tengan nuevas visiones, y juntos podamos construir el futuro. Es necesario que los abuelos también den testimonio de que es posible salir renovado de una experiencia difícil. Los sueños, por eso, están entrelazados con la memoria; recordar es una verdadera misión para toda persona mayor, que transmite la memoria a los demás. Esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más fraterno, más acogedor. Porque sin la memoria no se puede construir; sin cimientos nunca construirás una casa. Nunca. Y los cimientos de la vida son la memoria.
Aparece luego la oración. Como dijo una vez el Papa Benedicto XVI, santo anciano que continúa rezando y trabajando por la Iglesia: “La oración de los ancianos puede proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que los trabajos de muchos”. Esto lo dijo casi al final de su pontificado en 2013. Es muy hermoso. La oración de nuestras abuelas y abuelos es un recurso muy valioso: es un pulmón del que la Iglesia y el mundo no pueden privarse. Particularmente en este momento difícil para la humanidad mientras atravesamos, todos en la misma barca, el mar tormentoso de la pandemia, su intercesión por el mundo y por la Iglesia no es en vano, sino que nos indica a todos la serena confianza de un lugar de llegada.
¡Muchas gracias a nuestras abuelas y abuelos y a tantas personas mayores porque nos marcan un camino a seguir! ¡Feliz y bendecida vida para todos y cada uno de ellos! ¡Que sigan siendo la sabiduría y la alegría de nuestros hogares!