Por Eduardo Huaity González
Construí mi casa siguiendo los lineamientos del Feng Shui, armonice los principales elementos. Me tome el trabajo de hacer una habitación rectangular, que corresponde al elemento Tierra que aporta mayor estabilidad y equilibrio al Chi y ubique mi cama sobre una pared ciega y alejada de la puerta para permitir el libre flujo de la energía.
Después seguí con el resto de las dependencias de la casa, equilibrando elementos como el metal, madera, fuego, tierra y agua, busque los colores necesarios para mejorar la energía del hogar, hurgue en mi alma y medite hasta dos horas diarias, me hice vegetariano, abrace árboles, agradecí tanto lo bueno como lo malo que me daba la vida. Busque centros energéticos y gaste fortunas para ir hasta las pirámides de Egipto para acceder a la iluminación, mientras retorcía mi cuerpo en posiciones imposibles que dictaba el yoga. (La posición del Loto me dejo una distensión de ligamentos en las rodillas y llene mi biblioteca con libros del tema).
Hoy puedo decir que después de tantas prácticas, que la casa me salió más cara de lo que pensaba, que paso hambre todo el día y que todavía me faltan ocho cuotas del viaje que realice a la India, en donde me agarre una infección intestinal que aún me hace ver las estrellas. Pedí perdón por cosas que nunca hice. Recurrí a terapias de llanto, a tal punto que hoy si miro Rambo en la TV lloro. Deje fluir mis emociones, algo que costó dos demandas por acoso y enemistades impensadas.
Busque respuesta en vidas pasadas, pero no encontré respuestas ni vidas anteriores. Convencido que mis pensamientos modificaba mi entorno logre que me despidieran del trabajo, ya que fue imposible modificar la mala leche de mi jefe, pero no lo maldije y lo perdone. Trabaje mucho para conocerme y la verdad es que no me guste y con eso volví al principio de todo mi esfuerzo que tenía como objetivo único saber quién era. Ahora sé que siempre lo supe, pero en realidad no me convencía demasiado y buscaba, más que un camino de iluminación, bajar de peso y vestirme mejor.
Hasta que logre pronunciar correctamente “Ho ponopono”, una técnica hawaiana de sanación, me agarró gripe, y dos feroces ataques de hígado. Cuando pude decirlo ya estaba sano, gracias al Viletan y dos te Vic. Muchos me dijeron que lo que me jugaba en contra era la ansiedad y que debía manejarla. El curso me alivió la ansiedad, pero el costo me generó una angustia tremenda por la rápida disminución de mis ahorros.
El camino de la espiritualidad está sembrado de técnicas para conseguir dinero. Me tome la tarea de leer cosas como “El dinero y la ley de atracción”, “La ciencia de hacerse rico”, “El hombre más rico de Babilonia” o “Meditación para atraer la abundancia y la prosperidad”, en lo personal creo que todas estas técnicas y libros hicieron millonarios sólo a los que los escribieron o dan los cursos, que son tan caros como hacer un doctorado en Yale.
Después de tanto intentar, creo que la vida tiene menos magia de lo que promocionan y requiere más esfuerzo que una meditación profunda o una limpieza del alma. Hoy sigo como siempre, con mis limitaciones y las largas jornadas en un nuevo trabajo, pero eso sí, soy de los pocos que conoció el lado iluminado de la vida, a pesar de estar a oscuras por no poder la factura eléctrica.