Esto también pasará
Por Juanito Vilariño
Hace dos años que estoy de vuelta en Salta. A veces pienso en qué hago acá, y otras también. Quizás porque todavía ando cargando un país distinto en los hombros. Uno que por momentos pienso que ni siquiera existió fuera de mi deseo.
Algunos se van lejos para cumplir sueños, y yo permanezco con esta sensación de estar de vuelta de los míos. Pero el hambre de escribir algo que valga la pena sigue aquí, mirándome quieto.
Igual quiero a esta ciudad. Me gusta el centro que ahora les gusta a muy poquitos. Es decir, este aluvión de pequeños comercios casi innecesarios, llenos de carteles, luces y productos de la China, instalado en los frentes de las que fueron moradas solariegas. Los patios que sobreviven escondidos del ruido, y en los que a diez metros de la vereda imagino una vida ajena por completo a la calle y a los transeúntes, y a los problemas. Como si fuera posible.
Me gustan las revisterías presentes aún en cuatro de las ocho esquinas de la plaza, y en las que me quedo parado ojeando cada vez que paso. El silbido de los maniceros en invierno. Las recovas silenciosas, sin amplificadores ni muñecos gigantes que bailan. Aunque estos últimos me divierten, por más fuerza que haga para odiarlos. El olor azucadarado del pochoclo, que me lleva hasta la niñez en dos segundos cortos. Las tiendas, relojerías y joyerías vintage escondidas en las profundidades de galerías con nombres europeizantes, como Baccaro o Margalef. Las confiterías que todavía sirven tostados en triangulos y el café absolutamente quemado.
La gente malhablada que va contando historias domésticas de pasión y furia, como la madre que le dice a su retoño: “Portáte bien carajo, o no te voy a comprar ni mierda el coso” y lo deja pataleando compungido.
No me gusta la mugre del centro. A nadie le gusta la mugre. No me gusta el ruido. A nadie le gusta el ruido. Sin embargo vamos tan a menudo donde hay ruido y mugre, que no se explica.
Vivo en el centro y lo uso de escenario para caminar, porque me parece terapéutico. La cabeza me funciona como rezan los prospectos de algunos fármacos y alimentos envasados: Agítese antes de usar. Tengo que sacudirme, salir a pasear para que no se embote, se desatasque y ande.
Leo por ahí que a los demonios interiores no les gusta el aire limpio y que por eso hay que ventilar los ambientes. Entonces me sugiero salir a tomar el fresco de los días de lluvia y poner la sangre que queda a circular. Después llego, pongo las manos en el teclado, y brota esto.