La casa que supo albergar al héroe gaucho, se convertiría siglos más tarde en “La Maison”. Por Carmela
Calle Buenos Aires, primera cuadra, las rejas forjadas hace más de cien años nos dan paso a una casona antigua de paredes de adobe y sala con una importante chimenea que, rastreando la historia, fuera testigo de la presencia de personalidades como la de nuestro héroe gaucho, huésped ocasional de los dueños originales del lugar.
Así lo testifica el reconocimiento recibido siglos más tarde, gracias a las obras de reciclado a cargo del arquitecto Mariano Sepúlveda, cuyo celo por preservar el adobe interno y las molduras exteriores y el cuidado por mantener los pisos dameros y reconstruir la chimenea, confirió a La Maison el honor de ser la primera construcción privada reciclada en el centro de nuestra ciudad.
La Maison, la casa, se convirtió en los ochenta en el lugar preferido por las mujeres que temporada tras temporada, hicieron suya la moda, aunque esa fuese más bien la excusa elegida para sentarse frente a la chimenea, infaltable café de por medio, para compartir charlas y la vida misma de lo que significa ser mujer.
Entre la sastrería de Christian Dior, los vestidos de noche de Nina Ricci, el prêt–à-porter de Cacharel, el avant-garde de Pierre Cardin y Saint Laurent, fueron devanándose conversaciones y elecciones, donde cada mujer pudo sentirse única y diferente, sabiendo que los modelos jamás se repetían, que la exclusividad era el leitmotiv de la boutique.
No solo se trataba de estilos o diseñadores franceses. Elsa y Alfredo Serrano aportaron la elegancia en cada colección gracias a su impronta italiana y a la versatildad de sus creaciones, desde vestidos de calle hasta trajes de novia.
Hablando de modas…. Alocada fue la de los ochenta y por qué no, la de los noventa. Alocada porque esos fueron los tiempos de las figuras geométricas, de las inmensas hombreras que nos duplicaban las espaldas. Nos sentíamos felices, hermosas, ya que aunque el espejo nos devolvía la imagen de un jugador de football americano, apreciábamos el ineludible toque de femineidad en cada una de las prendas.
Vieron los inviernos gamas de negro y gris en pied de poule y sacos príncipe de Gales, tal vez influenciados por la imagen de una joven Lady Di siempre a la vanguardia. Por su parte, los veranos resaltaban románticos colores pastel o estallaban en colores neón (así se llamaron la primera vez que aparecieron). Hoy diríamos fluor, pero el término no importa, lo que valía la pena era animarse a usarlos: fucsias estridentes en pantalones de raso, naranjas y turquesas imprudentes fundidos en camisolas de seda.
Fueron íconos de la época mujeres como Diane Keaton, avasallante con una mezcla exacta entre lo femenino y lo masculino. Ella fue de las primeras mujeres que se animaron a vestir un smoking en la alfombra roja de los Oscars. Las salteñas no nos quedábamos atrás, y las corbatas finitas de seda pasaron a integrar nuestros equipos. También de esta actriz hicimos propias las camisas blancas abuchonadas, los tiradores prendidos a pantalones pinzados super holgados y los cinturones anchísimos que destacaban cinturas de avispa, con el infaltable sabor femenino en cada conjunto.
Ya en los inicios de los noventa, hicieron su entrada triunfal los vestidos de largo Channel, a la rodilla, sin mangas, de sisa profunda que dejaban como al descuido los hombros muy descubiertos, para una seducción casi imperceptible. La mayoría de las veces, los vestidos Jackie se complementaban con tapados entallados en armónico composé. Fue el “revival” o revancha histórica del estilo de Jacqueline Kennedy.
En los años en que la alta costura era accesible, las mujeres hacían de las compras un rito, tal es así que sabían a qué hora llegaban a La Maison pero perdían la noción del tiempo, entre cafés, charlas, y entradas y salidas de los probadores.
Párrafo aparte merecen los desfiles de moda, los que con habilidad, trabajo y esfuerzo, lograron lucir sobre la pasarela a mannequins como Teté Coustarot, Andrea Frigerio, Tini de Bocourt, Graciela Mazanés, Mariana Arias, Carmen Yazalde, Florencia Raggi o Karina Rabollini, un tanto tímida en ocasión de su primer desfile, precisamente aquí en Salta. Otra anécdota fue la del “Pibe Flecha”, rubio televisivo de sonrisa canchera que en cada presentación saturaba de adolescentes fervorosas el salón del Club 20, interrumpiendo su habitual tranquilidad.
Nada se compara con la visita de Mirtha Legrand, invitada al desfile para celebrar los 50 años del Hotel Salta. El efecto “mágico” que su presencia causó en la gente provocó la interrupción de un casamiento en la iglesia San Francisco. Cuando el sacerdote exclamó sorprendido ¡ahí está Mirtha Legrand! tanto él como los novios y los invitados se arremolinaron alrededor de la actriz.
Esa misma tarde, ya en La Maison, mientras los vidrios de las ventanas vibraban a punto de explotar por la presión de la gente, Mirtha tomaba un te frente a la chimenea como si nada fuera de lo común estuviese pasando, a la vez que dialogaba con la prensa.
Así fue como la moda en Salta tuvo por más de una década, su lugar de privilegio. Más que una opción para las clientas, La Maison fue “la casa” donde al menos un par de generaciones eligió compartir un pedacito de sus vidas en la atmósfera acogedora que la chimenea nunca dejó de brindarles.
Pasaron más de veinte años. La vida continúa, la moda, los personajes y las personas cambian, pero al caminar por la calle Buenos Aires, primera cuadra, la vieja casona de rejas y molduras con forma de flores en las salientes del frente, trae al presente esos momentos en los que pudimos disfrutar de nosotras mismas, en el cálido refugio de La Maison. De repente, el tiempo se detiene y el murmullo de las charlas femeninas acaricia los oídos, fundiéndose con los estilos y los colores de una época que ciertamente dejó su huella en cada mujer que entró por su puerta.