Por Soledad Aranda
Lic. en Psicología (MP 25705)
Muchas veces nos encontramos interactuando con adolescentes o intentando hacerlo y quedamos desconcertados, es como si el mundo construido con ellos durante su infancia hubiese desaparecido. Es que de repente miramos a nuestro hijos y nos dimos cuenta que ya no son los mismos y debemos adaptarnos a sus vivencias actuales y a sus nuevas actitudes pero no sabemos cómo hacerlo. Buscamos un nuevo punto de encuentro pero nada parece acercarnos a ellos. Quizá se podría empezar intentando comprender de que se trata lo que están viviendo, que les esta ocurriendo y para qué es necesario este momento que están atravesando.
Hablar de adolescentes no es hablar de una determinada edad, ni de una etapa evolutiva biológicamente esperable. La adolescencia es mucho más que esto, implica condiciones histórica- culturales y tecnológicas que la hacen posible. No es suficiente que uno tenga determinada edad para considerarse adolescente, las fronteras son móviles, poco estables con una tendencia a que cada vez empieza más temprano, invadiendo zonas que antes estaban definidas por la niñez, y va prolongándose cada vez más hacia edades que correspondían más a la de los adultos. Los Antropólogos nos han enseñado que el pasaje de niño a adulto es, en muchas culturas un abrir y cerrar de ojos. Podría tratarse de un rito de iniciación ceremonialmente organizado que dura horas, días o meses, pero estaríamos aquí ante la presencia de jóvenes, no de adolescentes, pues su posición es bien distinta. El termino Adolescencia nace no hace mucho más de medio siglo y tiene que ver con la emergencia de algo nuevo, es todo un acontecimiento histórico subjetivo, propio de nuestra cultura, que produce un nuevo tipo de subjetividad y que tiene sus propios conflictos y riesgos pero con un potencial creativo deslumbrante.
Entrar en la adolescencia es como un segundo nacimiento, donde se está desnudo de ese armazón infantil, que se tuvo durante un largo tiempo, ante un mundo nuevo y desconocido. Porque el mundo que se conocía era el mundo de la infancia. Es entonces que el adolescente no acepta sus nuevas formas frágiles y en proceso de transformación, y se niega a sí mismo y niega al mundo que lo rodea también. Este nuevo mundo aún no es el suyo, no es su mejor versión, no logra descubrirse en él. El viene de otro mundo, el de la infancia. Por esto comenzara a mostrarse malhumorado e irritable hasta que pueda empezar a decir algo de lo que él quiere y es. Es esta una forma de diferenciarse del mundo que los abruma y de defender su singularidad hasta que vaya en este proceso re encontrándose y pueda ir acomodando lo novedoso que se le presenta.
A partir de ahora el adolescente empezara un gran trabajo, la adolescencia es el tiempo en el que uno pasa de un lugar familiar a otro lugar más extenso y extrafamiliar, buscara nuevos espacios para crecer separándose de los adultos de la familia, que hasta ahora los han protegido y dado un lugar, pero un lugar infantil del que ellos tienen que desalojarse para lograr ocupar un lugar en el mundo exterior. Ese tránsito es muy difícil Y les provoca ciertos vértigos. De ahí que para realizarlo, el adolescente busca hacerlo con compañeros de ruta, sus PARES. Intentará mimetizarse con sus iguales para pasar inadvertido en la acción y en su miedo a transitar este tramo. De acá surgen las formas de vestirse, la música, los gestos, los modismos lingüísticos ya que esos son para él apoyos que le permiten, por un lado, separarse de sus figuras familiares, pero por otro lado protegerse de la soledad y la incertidumbre que siente ante el nuevo mundo, el exterior.
Transitoriamente o no, el adolescente no va a compartir los valores del adulto. Su posición es más bien “no estoy nada convencido de ser grande, y mucho menos de ser como ellos. Acá si nos acordamos de su época de niños encontramos que andes el ideal era ser grandes como los padres, pues aquí esto ya se ha modificado. Vemos también, que lejos de querer vestirse como grandes, la ropa de los adolescentes pasa ser usada por los grandes. Que la velocidad de los procesos tecnológicos se desfasa de la velocidad psíquica y por esto lo psíquico va más lentamente aparejando muchos problemas y exponiendo al adulto, en este ámbito, a una posición que lo descoloca de su rol tradicional: el mayor sabe más y es el quien enseña. Esto no quiere decir que el adulto no tenga nada que trasmitir, sino que no encontramos con una doble vía.
Encontraremos también en los adolescentes valores supremos. La verdad, la amistad, la autenticidad, la justicia, el bien, y el rechazo por tanto, de lo socialmente establecido. Ellos no mentirán, no transarán, no engañarán, harán de este un mundo mejor del que hicieron sus mayores. Criticarán lo que heredaron y lo mejorarán con una actitud moralmente temible, dado que nos ponen frente al espejo de nuestras contradicciones y nos hacen ser conscientes de ellas.
Hoy en día la adolescencia apunta a la posibilidad de crear ciudadanos más subjetivados, que atravesando el proceso adolescente encuentren un camino más personal. En muchos momentos nuestros prejuicios afectan negativamente al desarrollo de nuestros hijos/as. Necesitamos una posición más flexible para sostenerlos en este gran despliegue. Esto no significa pretender convertirnos en los amigos de nuestros hijos pues NO lo somos, somos padres con las responsabilidades y obligaciones que esto implica, y nuestra función es contener, sostener y darles un marco de apoyo, un lugar donde pisar fuerte y tomar vuelo. Es acompañarlos en esta gran experiencia entendiendo que es la de ellos y no la nuestra, pero que no por eso es menos importante.