Daniel Sánchez
Doctor en Medicina MAAC. FACS. MP 3062. Miembro de la Comisión de Trauma de la Asociación Argentina de Cirugía Miembro de la Sociedad Europea de Trauma y Cirugía de Emergencia Especialista en Cirugía Cardíaca- Especialista en Cirugía General- Instructor ATLS
Muerte por traumatismo no sólo hace referencia a la defunción por los mal llamados accidentes de tránsito -ya que si es prevenible no es accidente- sino también a los fallecimientos por suicidios, homicidios, ahogamientos, quemaduras, electrocuciones y congelamientos, entre otros.
A lo largo de los siglos, la humanidad se ha enfrentado a diversos eventos traumáticos que, de cierta manera, han modificado sus pautas de convivencia y la manera de relacionarse entre las distintas culturas.
En su lucha por la subsistencia el hombre primitivo vivía en una constante predisposición a padecer lesiones, ya sea por los ataques de animales, por las luchas con otros grupos humanos o por los eventos climatológicos a los cuales debía hacer frente con mínimas condiciones de seguridad. El hombre contemporáneo continúa padeciendo estos acontecimientos, pero de una manera diferente. Las lesiones actuales se deben a situaciones de violencia intencionales y no intencionales, conflictos bélicos, colisiones vehiculares, incidentes en el hogar o en el trabajo, electrocuciones por rayos o por corriente eléctrica domiciliaria, homicidios, suicidios, ahogamientos y quemaduras.
En base a esto podríamos definir a los traumatismos como el daño intencional o no intencional producido al organismo debido a su brusca exposición a fuentes o concentraciones de energía mecánica, química, térmica, eléctrica o radiante que sobrepasan su margen de tolerancia, o a la ausencia de elementos esenciales para la vida, como el calor y el oxígeno.
Entonces, cuando se habla de muerte por traumatismo, no sólo se hace referencia a las defunciones por los mal llamados accidentes de tránsito -ya que si es prevenible no es accidente-, sino también a los fallecimientos por suicidios, homicidios, ahogamientos, quemaduras, electrocuciones y congelamientos, entre otras.
En el año 2009 la Organización Mundial de la Salud consideró a los traumatismos como una epidemia desatendida en los países en desarrollo y representa el 9 % de la mortalidad mundial, produciendo unas 5.800.000 muertes al año, una cifra aproximadamente igual a las ocasionadas por el VIH/SIDA, la malaria y la tuberculosis combinados y 10 veces más de las que produjo el COVID 19 hasta la fecha. Los traumatismos son la primera causa de muerte entre 1 y 45 años; 3 de cada 4 muertes en personas de 15 a 25 años y 2 de cada 3 muertes en niños son causadas por traumatismos.
En un año, en el mundo, se mueren por traumatismos 15.890 personas por día, 662 por hora, 11 por minuto y 1 cada 5 segundos.
En estos momentos en que se polemiza sobre priorizar la salud o la economía, es interesante observar que, desde el punto de vista económico, las colisiones vehiculares solamente a nivel mundial generan un costo de US$ 522.000.000. Las lesiones producidas implican un gasto económico que representa el 1 al 2% del producto nacional bruto de un país, aunque la cifra puede llegar al 5%.
Actualmente, se considera a los traumatismos como una enfermedad, ya que reúnen los requisitos para ser considerados como tal. Y esto tiene sus bases en la definición de enfermedad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que la define como una alteración del estado fisiológico en una o varias partes del cuerpo, por causas generalmente conocidas, manifestada por síntomas y signos característicos, y cuya evolución es más o menos previsible
De esta manera, una enfermedad debe tener una etiología, producir cambios anátomo-patológicos en el cuerpo y desencadenar una serie de manifestaciones clínicas llamadas signos y síntomas.
Enfermedad | Etiología | Patología | Síntomas |
Infarto de miocardio | Arterioesclerosis HTA | Hipoxia Isquemia | Dolor de pecho |
Neumonía | Bacterias Virus | Edema Infección | Tos Fiebre |
Trauma | Energía cinética | Hemorragia Fractura | Hipotensión Dolor |
Según el Ministerio de Salud Pública de la Nación Argentina, cerca de 25.000 personas murieron en el 2018 por algún tipo de traumatismo (alrededor de 68 muertes por día, 2 por hora o 1 muerte por cada 30 minutos).
El 67 % de los jóvenes entre 15 y 24 años fallecen debidos a lesiones (colisiones vehiculares, homicidios, suicidios, quemaduras y ahogamientos), y si tomamos solo las muertes por colisiones vehiculares, anualmente pierden la vida entre 7.000 y 8.000 personas por esta única causa, de las cuales un escaso 5 a 8 % están relacionadas a fallas mecánicas inevitables y el resto a múltiples factores relacionados a diversas variables locales (estado de las carreteras, alcoholismo, drogadicción, descuidos, malas señalizaciones). Esto lo podemos ver en las publicaciones de una asociación civil que se dedica a la prevención de muertes por colisiones vehiculares llamada Luchemos por la Vida (http://www.luchemos.org.ar/es/
Después de ver tantos números y tantos datos, uno se podría preguntar por qué hay una mortalidad tan alta en este tipo de pacientes o, mejor aún, de qué fallecen estas personas. Y la respuesta a esto tiene tres posibilidades. Estos pacientes fallecen siguiendo una curva trimodal, con tres picos. El primer pico se produce en los dos minutos posteriores al traumatismo y se debe a lesiones graves del cerebro, médula espinal, o sangrados masivos por roturas de grandes arterias o del corazón. Lamentablemente, en estos primeros dos minutos, poder asistir a estos pacientes desde el punto de vista quirúrgico resulta impracticable ya que poder llegar a un lugar con todo un equipo médico capacitado y con un quirófano móvil, por lo menos hasta hoy, es una quimera. El segundo pico de mortalidad ocurre en las 2 horas posteriores al evento traumático y sucede mientras se produce el traslado de estos pacientes al hospital e incluso en el hospital mismo durante la atención y son secundarias a heridas cerebrales, a daños graves del aparato respiratorio o a sangrados masivos del hígado, el bazo o la pelvis. Pero es en estas 2 horas en donde el equipo que atiende a estos enfermos realmente puede intervenir, ya sea realizando maniobras de reanimación e intervenciones quirúrgicas urgentes o emergentes. Este periodo se conoce como la hora dorada del trauma, ya que es el plazo en el que se cuenta con todos los medios para poder recuperar y salvar la vida de un traumatizado.
Por último, el tercer pico de mortalidad, se presenta entre los 10 y 15 días de ocurrida la lesión. Aquí las causas son principalmente dos, las infecciones y la falla de múltiples órganos que no toleraron las lesiones a pesar de las medidas terapéuticas ofrecidas. Esto se debe a que en muchas ocasiones un paciente traumatizado presenta lesiones combinadas, como una fractura expuesta en una pierna asociada a una lesión cerebral y a una rotura del hígado, por lo que el manejo y el tratamiento son tremendamente complicados y requieren grandes esfuerzos y largas horas en un quirófano.
Ahora nos tendríamos que preguntar: ¿Quién asiste a los portadores de esta enfermedad? La asistencia es realizada por un equipo integrado por personal de enfermería, auxiliares técnicos y un plantel de médicos, muchos de ellos especializados en una rama de la medicina denominada Emergentología y Cirugía del Trauma, aunque también participan anestesistas, traumatólogos, neurocirujanos y bioquímicos.
La enfermedad trauma es un problema que abarca a toda la sociedad, sobre todo en países en desarrollo en donde las medidas preventivas no están totalmente implementadas y desarrolladas, debido a los bajos recursos y la poca disponibilidad de presupuestos. Por otro lado, estas lesiones dejan secuelas invalidantes, especialmente en personas jóvenes en plena edad productiva, con largos períodos de internación, múltiples ingresos hospitalarios, desarraigo familiar, hospitalismo y complicadas situaciones laborales y sociales difíciles de revertir.
A pesar de los problemas sanitarios y la falta de recursos económicos de muchos países en donde el trauma representa una epidemia, este puede ser controlado con medidas preventivas firmes y eficaces como sucede en los países desarrollados. Estas directivas podrían ser aplicadas en los países en donde el trauma prevalece de manera indiscriminada, adaptándolas a las situaciones particulares de cada región, y evaluando los resultados para corregirlos o mejorarlos. Por supuesto que este accionar conlleva a un esfuerzo en conjunto entre las instituciones públicas y la ciudadanía que, sin ninguna duda, posibilitará bajar las tasas de morbimortalidad de las comunidades.
La enfermedad trauma, al igual que ciertas enfermedad, también tiene una vacuna. Y esa vacuna es la prevención.
Es una enfermedad prevenible, de las más antiguas que existen y convive con la sociedad moderna. Un enfermedad a la que ¡todos estamos expuestos!