Remembranza

Por Cutusú

No existe el tiempo cuando se trata de volver a esos lugares donde fui niña. No es algo que pueda explicar muy bien, pero así lo siento con el perfume de un jazmín, me transporta. Entonces vuelvo a ese lugar donde no hay desenlaces y todavía todo puede ser. Nadie se da cuenta, pero retorno a ese sitio perdido del tiempo muchas veces y cuando regreso estoy más fresca y en mi cara hay una media sonrisa.

No puedo evitar mis orígenes. Soy de Salta. Me gusta el helado de dulce de leche de Fili, no me importa que se derrita y me enmele las manos al comerlo. Mi plaza se llama 9 de Julio y el Dios al que le rezo está a la derecha en la Catedral de la calle España. Las campanas del Milagro suenan cada septiembre y siento el perfume de los azahares. El poncho color sangre y las franjas negras en señal de luto por mi héroe favorito, Güemes. El traje de gaucho con nido de abeja, botas bien lustradas, pañuelo de seda negro al cuello y sombrero. Nada es más elegante que un traje de gaucho. Hace catorce años que me fui de Salta, pero a la distancia todo lo que tiene que ver con ella me emociona. Sus paisajes, sus colores, su cielo, sus ceibos, su quebrada, sus ríos, la templanza y cadencia de su gente.

No puedo escribir sobre Salta sin que suene la música de los Chalchaleros de fondo. Me animo a decir que son el canto de todos los salteños. Es que uno no sabe precisar en qué momento se aprendió la letra de “Plaza 9 de Julio”, es como si hubiéramos nacido con la composición adentro. De verdad no conozco a nadie de Salta que no se deleite con los Chalcha…Todos fuimos a algún recital, cantamos sus zambas en una guitarreada y nos emocionamos con su despedida. Me acuerdo vívidamente de la tapa de ese disco compacto que me regaló mi papá después de una operación de apéndice. Era una especie de librito que contaba un poco de su historia y creo que a la foto del álbum la sacaron en un lugar de San Lorenzo que yo quiero mucho. Escuché un millón de veces ese C.D. y fui a sus despedidas sin entender muy bien por qué dejaban de cantar. Era lindo porque mi abuelo silbaba “Pueblito viejo” mientras regaba las plantas y mi abuela Mercedes decía que el himno de Salta debiera ser “Plaza 9 de Julio” cantada por los Chalchaleros. Entonces me contaba cuando iban a su casa de la calle Zuviría a cantarles porque eran amigos del Capitán. Y así, los Chalchaleros se entrelazaban en nuestras tertulias para ser parte de nuestra historia y nuestros recuerdos más genuinos.

No sé por qué razón las únicas canciones que nunca se borran de mi teléfono son las de los Chalchaleros y las de Facundo Saravia. Con frecuencia, cuando pongo a cargar el teléfono en el auto aparecen esas voces de sorpresa. En las fechas patrias o cuando quiero sentirme cerca de Salta es la única música que escucho. Me siguen conmoviendo la belleza de sus letras: “tu pelo tiene el aroma de la lluvia sobre la tierra” es de una poesía y sutileza dignas de una gran pluma. Y lo que parece muy noble es que siempre hay orgullo de nuestras tradiciones e historia en sus letras. Su canto que se convierte en nuestro canto cada vez que los escuchamos.

Una mañana de Reyes en mis zapatos estaba el C.D. “Transparencias” de Facundo Saravia. Creo que «torturé” a toda mi familia con esos temas, los sabía de memoria y lo llevaba a todos lados. Tan clara esa voz. Me empezó a gustar tanto como los Chalchaleros y comencé a ir a los conciertos con la ilusión de que cantaran todos juntos una canción de Facundo. Y entonces se producía el hecho mágico: Facundo le cantaba a su papá con tanto amor que yo sentía que el mundo estaba bien hecho. Y también cantaba a la infancia, a nuestro país y en contra de las drogas. Claramente se convirtió en mi ídolo. Admito que fui tan insistente y contundente con mis padres que ellos amorosamente me conseguían las primeras filas en los recitales o me llevaban a la Ferinoa aunque lloviera a cántaros, porque cantaba Facundo.

Un amigo de mi papá que hacía los afiches publicitarios de Los Chalchaleros me regaló cientos de ellos. Pegué uno en mi cuarto de San Lorenzo y guardé el resto de repuesto. Al abrir mi ropero se leía Facundo Saravia formado por estrellitas que brillaban en la oscuridad. Yo dejaba la puerta abierta para que el nombre esté iluminado a la noche.

No entendía por qué Facundo dejaba de usar el traje de gaucho para cantar solo. Era gracioso porque yo casi no lo reconocía si no estaba vestido así. Me gustaba, y me sigue gustando, que el traje fuera blanco impoluto, y el poncho bien puesto. Les quedaba elegante y lo sabían llevar muy bien, con las botas negras brillantes.  Era lindo pensarlos viajando por el mundo vestidos así, era como llevar Salta a cualquier lugar al que fueran… Hoy supongo que Facundo colgó el traje para hacer su camino de solista con una huella propia, pero es pura conjetura.

El año pasado Facundo se retiró de la música y cuando me enteré de la noticia se me partió el corazón. Me dieron ganas de decirle que no podía irse porque era el último Chalchalero y en él vivía toda una historia del folclore que a mí me representa. No lo conozco a Facundo y seguro que tenía sus razones para dejar la música de manera profesional. No creo que se pueda apagar una voz por no estar más arriba del escenario, así que seguirá cantando entre amigos. De hecho el pasado 9 de Julio cantó y tocó la guitarra desde su balcón. Un bálsamo para la cuarentena.

Por suerte existe Spotify, entonces puedo escuchar “Zamba del chalchalero” cantada por Facundo y sentirme en mi Salta. Más precisamente en La Montaña (una casa) en una noche de tormenta sin luz eléctrica. Veo los relámpagos desde la ventana que tiembla y siento el olor a tierra mojada. Me gusta mucho esa versión más lenta y suave porque puedo sentir más la letra. Y ahora me queda decir gracias a Facundo. Gracias por tus canciones. Gracias porque después de 14 años las escucho y vuelvo a encontrarme con esa niña ajena al paso de las horas.

Seguinos!

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