La revalorización de la institución escolar con un enfoque global en la formación del niño constituye el nuevo desafío de la educación postpandemia.
Por Lic. Ana Lucía Soler
Mamá, tengo nervios, ¿le puedo decir seño y abrazarla?”, dice Jacinta de 5 cuando va a empezar una colonia de vacaciones, después de un año sin clases y ve al adulto que la recibe. “Me duele el corazón cuando veo el jardín”, dice Fran quien debía iniciar su escolaridad primaria en marzo. “A veces siento que no voy a tener más amigos”, dice Juan de 11. “Ya preparé mis útiles para mi clase”, dice Trini de 8 justo antes de quedarse sin internet… Algunos niños hablan, enuncian su sufrimiento en palabras por aquello que duelan… no ir a la escuela les duele.
Otros niños no encuentran los recursos simbólicos y afectivos para elaborar aquello que los aqueja y por eso hacen síntomas: fobias, pánicos, impulsiones, inhibiciones, compulsiones… Muchos de estos aparecen por la pérdida de un lugar de soporte, de referencia y de socialización fundamental para el desarrollo infantil: la escuela.
En el peor de los casos también hay niños que aparentemente no registran la carencia, simplemente en su vida la educación no ha dejado la huella que siempre se liga a una presencia y su posterior pérdida. En estos casos, el deterioro del lazo con las instituciones sociales los ha dejado excluidos totalmente de un circuito que no los cuenta y que ellos no reconocen.
Así, el sufrimiento de los niños nos orienta a tomar partida, y como adultos, nos convoca a valorizar y trabajar para recomponer la posibilidad de que cada uno de ellos se encuentre nuevamente con la oportunidad de acceder a ese lugar en el que:
- Aprende, construyendo cada día un bagaje de conocimientos teóricos y experienciales que le permitirán su desarrollo cognitivo y afectivo;
- Socializa, encontrando en la relación con otros pares y adultos no-familiares coordenadas de amistad, valoración, interacción y subjetivación;
- Juega, elaborando, a través de su lenguaje fundamental, las diferentes situaciones que enfrenta día a día;
- Se construye como ser, conformando su identidad.
La educación formal pone en juego cuerpos, palabras, afectos, aprendizajes, normas y desafíos continuos. A su vez, produce equilibrios y estructuraciones sucesivas de la inteligencia y de la personalidad al promover la incorporación de características cada vez más flexibles, amplias y de mayor capacidad adaptativa. Mecanismos fundamentales para la constitución del niño como sujeto que aprende y se desarrolla.
A esta función generadora de esquemas cognitivos y psíquicos, se suma la importante función de protección y contención social de esta etapa fundamental en la vida de las personas.
Quizás esta pandemia nos convoque a volver a poner en su lugar a la institución escolar y a sus actores: maestros y alumnos, que nos muestran a cada paso que la educación no se puede reducir solo al aprendizaje de contenidos, enseñándonos una vez más que lo más valorable de la escuela es aquello que no se puede volcar en herramientas digitales, clases on line o tareas a distancia.
Ana Lucía Soler[i]
[i] Lic. en psicología y psicoanalista. Docente e investigadora de las cátedras: Psicología Evolutiva 1: Niñez y Adolescencia. Psicopatología infanto-juvenil. UCASAL. Docente y responsable de módulos de investigación del CID Salta, IOM2 de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.