Por Lic. en Psicología María Adriana Ortega de Verardi
Psicóloga MN 2614 / MP 69 | adrianaverardi@hotmail.com
El hecho de que el ser humano nazca tan incompleto e inmaduro obliga a que desde ese mismo momento, sea complementado por otros. Estos otros están profundamente ligados a él, siendo muy significativo para ellos. Es función matricial de la familia sostener, nutrir, madurar, acompañar en el crecimiento, desde lo biológico, y desde lo emocional, creando para ello una red de vínculos connotados emocionalmente.
Estos vínculos ofician de canales y son portadores de todo tipo de intercambios, suministros necesarios para un desarrollo psíquico y también biológico, que permita el armado del aparato psíquico. Estos vínculos se inscriben y se generan dentro de la trama familiar, al oficiar esta de sostén del armado emocional.
Es por esto entonces que decimos que “el establecimiento del vínculo temprano es el eje sobre el cual se ira produciendo la transformación de un ente biológico en uno connotado psicológicamente”. (Aurora Pérez)
La familia es la base de esos vínculos, donde se inscriben los ideales, aspiraciones y fantasías de logro de cada uno de sus integrantes, de una identidad familiar singular y propia, donde cada miembro de la pareja aporta desde su familia de origen, sus propias vivencias, modelos y valores.
La familia en la actualidad, atravesada por expectativas y exigencias en torno al mundo actual se ve avasallada por una realidad que le exige se, entre otras muchas demandas, a una realidad virtual que incide en la estructuración y desarrollo de todas sus funciones.
Las representaciones han cambiado, ya no se sostienen en el objeto externo sino en la nueva realidad virtual.
La capacidad de sentir, de percibir lo que transmite otra persona, la capacidad de comprender el mensaje, la capacidad de vincularse, la comunicación en general, es más compleja y requiere aprender nuevas modalidades de pensar las relaciones.
Cabe a esta altura preguntarse cómo se van estructurando las distintas funciones, necesidades y deseos en estas nuevas modalidades de vincularse atravesadas por la tecnología.
Muchos parámetros han cambiado, a un ritmo vertiginoso, en las últimas décadas, Freud hablaba de “efectos de comando”, padres comandados por exigencias y valores de generaciones precedentes, valores impuestos por la cultura actual, por la época.
Una característica que marca la situación actual es la idealización del éxito, el consumo, el poder y la imagen. Exceso de información, ritmos vertiginosos, temor al futuro tiñen la relación entre padres e hijos. Las imágenes son representaciones que prevalecen sobre la palabra.
Todo ser humano construye un recorrido propio en su vida, desde niño hasta la adultez, en función de los otros que lo rodean. En el caso de los niños tienen la posibilidad de desarrollar funciones, que les permiten, registrar e inscribir la realidad psíquica de los otros, armando su historia según sus propias disposiciones y por el encuentro que pudo armar con los adultos que lo rodean.
Esto condiciona la relación de los niños, entre otras muchas experiencias, con el aprendizaje, que fue protagonista en este año tan particular, atravesado por la pandemia. Los niños y los padres tuvieron que transitar por situaciones inéditas y ayudar a sus hijos en tareas asignadas anteriormente a la escuela.
Se vieron comprometidos a crear y aplicar conocimientos para ayudarlos. Desafío que puso en evidencia las posibilidades, a veces exitosas y otras no tanto, de los padres, de poder a pesar de los avatares del momento, inmersos además en sus propias historias, hacer frente a las vicisitudes, que, dentro de una clase social determinada, les tocó vivir.
El temor por lo impredecible, lo desconocido, se apodero de todos, en ese contexto ,las relaciones entre padres e hijos fluctuaron entre distintos estados de ánimo ,produciendo en algunos casos actos creativos, ensayando nuevos roles, disputando cada uno sus espacios ,invadidos por la incertidumbre del momento.
Beatriz Janin, en su libro el Sufrimiento psíquico en los niños, dice que “si el futuro es temible, no se puede proyectar ni soñar. Y tampoco es posible prevenir las dificultades, aprender a esperar, tolerar, compartir, porque todo es ya y el placer tiene que ser inmediato.”
El consumo, se pueda o no consumir, aparece como un ideal de la época actual, es la tendencia a llenar todos los vacíos con objetos, de este modo, los vínculos quedan postergados, degradados, los deseos son imperativos y cambiantes, “la aceleración de los intercambios informativos ha producido y está produciendo un efecto patológico en la mente humana individual, y con mayor razón, en la colectiva. Los individuos no están en condiciones de elaborar conscientemente la inmensa y creciente masa de información que entra en sus ordenadores, en sus teléfonos portátiles, en sus pantallas de televisión, en sus agendas electrónicas” (F Berardi-2003).
Las acciones compartidas entre padres e hijos, entre hermanos, permite apropiarse de los espacios, priorizando la palabra como protagonista, generando vínculos que refuercen y permitan identificaciones grupales fundamentales para el futuro de nuestros hijos.