Por Lic. en Fonoaudiología Gabriela Muro
MP 176 Magister en Neuropsicología
Lucas de 3 años, corre sin parar, tocando las texturas de la pared, llora frenéticamente cuando va a cumpleaños con muchos chicos y la música está fuerte. Come solo milanesas, le encanta mirar el ventilador y hacer girar las rueditas.
Cuando algo le gusta mucho, aletea con las manos. Su mamá se preocupa porque no juega con otros niños y dice pocas palabras. No entiende el juego de su hermano y se pasa alineando bloques o autitos de la misma manera.
Cuando quiere algo toma la mano de alguien y lo lleva hacia el objeto sin señalarlo. Tampoco hace gestos. Tiene TEA.
Mateo mira muy poco a los ojos, su lenguaje es raro, tiene acento latinoamericano. Casi no tiene amigos de su edad. Cuando sus compañeros hacen chistes, no los comprende y se enoja. Mientras ellos mandan mensajes, él piensa apasionadamente cómo funciona el teléfono por dentro. Le gusta hablar sobre sistemas informáticos. Necesita ir siempre por el mismo camino y hacer las mismas cosas. Huele todo lo que agarra. No sabe cómo mantener
una conversación y se pone nervioso cuando tiene que hablar con gente desconocida. Mateo hace pocos gestos faciales y le dice a su mamá que no le gusta mirar a los ojos porque hacen muecas con la cara que él no puede entender. También tiene TEA.
El TEA es el trastorno del espectro autista según el DSM 5, manual diagnóstico de los trastornos mentales. Antes
fue llamado TGD, Autismo y Asperger. Se caracteriza por compromiso en las áreas sociocomunicativas con
la presencia de conductas repetitivas e intereses restringidos.
Se denomina espectro porque los síntomas tienen un rango de gravedad variable que cambia en cada persona, y afecta los tres componentes nucleares, esto es la socialización, la comunicación y la presencia de conductas repetitivas, pero el diagnóstico es el mismo.
Se acompaña de compromiso en el procesamiento de los sentidos, por eso a veces no soportan los ruidos ambientales o bien parecen sentir menos dolor al caerse.
Existen características comunes en las personas con TEA. Una de ellas es el lenguaje, el cual suele demorar en desarrollarse y puede presentar ecolalias, que son repeticiones de las palabras que escuchan. Al crecer, este lenguaje tiene características atípicas en la entonación, la prosodia y en la velocidad (suena como español neutro).
Otra característica es la dificultad para entender los estado emocionales de los demás y ponerse en el lugar de otro, por eso parecen menos empáticos y, en consecuencia, resultan poco sociables o “sin filtro verbal”. Esto no quiere decir que no tengan sentimientos. En realidad, no saben cómo decodificar en forma global lo que pasa en
su entorno, ni las emociones, porque se quedan focalizados en una parte de la información sin poder inferir o integrar distintas ideas o focos atencionales. La inflexibilidad hace que no toleren los cambios ni entiendan las mentiras.
Las personas con TEA cada vez son más y están entre nosotros para que comprendamos que hay otras maneras de ver la vida. Entender cómo piensan y qué les pasa es una obligación de toda la sociedad. Hay que reflexionar si no serán ellos nuestros modelos para tolerar menos las mentiras y tener poco filtro para decir lo que pensamos honesta y respetuosamente de los demás y de nosotros mismos.
Gran parte de nuestro medio todavía cree que no pueden ir a una escuela común y que necesitan acompañantes terapéuticos, o piensan que son agresivos y hacen berrinches, por eso no pueden estar en las aulas. Esto pasa porque no entendemos que, en general, tienen buen nivel de inteligencia, excelente memoria, pero que para enseñarles hay que descubrir su interés particular. Tal vez bajando un poco el volumen del micrófono de la directora no se aturdan y si los ponemos en el mismo lugar hasta que estén más tolerantes a los cambios, puedan dejar de tener dificultades conductuales. Solo nos hace falta educación.
Foto: Laura Dip