Ana

Por Cutusú

Ana posando en las rocas de Punta del Este con mi hermano en brazos. Ana con un traje de baño azul y blanco saliendo del mar con su pelo largo y sus piernas eternas. Ana con un cigarrillo Marlboro en sus dedos largos y sus uñas coloradas.

Ana llevándome de la mano por la calle Zuviría a tomar un helado de banana en Cercená. Ana con sus amigas y yo en el medio. Mi infancia son fotos que recuerdo y casi en todas está Ana. De hecho, en algunas fotos la protagonista es Ana y yo estoy mirando en una esquina.Y en esa etapa de la niñez cualquier cosa que Ana hiciera me parecía genial. Todo lo que me regalaba lo guardaba en un baúl como si fuera un tesoro, jamás lo usaba, cuando estaba aburrida en mi casa sacaba todos los cuadernos, lapiceras, hojas perfumadas, lápices, los miraba y los volvía a Aguardar.

Ana prestándome ropa para salir con algún chico en Buenos Aires. Sacaba todos sus vestidos y hacía que me los probara. Yo, con mi inseguridad, le decía que no creía que con mis piernas pudiera usar un vestido tan corto y Ana mirando mi reflejo en el espejo, me respondía que yo tenía las piernas muy parecidas a las de ella. En ese instante me empecé a sentir atractiva, es que Ana tiene las piernas más lindas del mundo y además Ana no mentía, entonces yo le creí. Salía con sus vestidos, maquillada por ella y con la autoestima por el cielo después de pasar por su casa y justo antes de Aalguna cita. Gran combinación.

Ana no tiene tiempo y eso la hace mágica. Todos a su alrededor estamos corriendo y ella jamás cambia la velocidad con que hace  las cosas, debo decir que es bastante lenta… La cantidad de veces que estuve esperando, apretando el botón del ascensor para que saliéramos de su casa y ahí me quedaba media hora esperando, la puerta se abría y se cerraba, así, hasta que Ana llegaba impecable y solo entonces salíamos. Siempre que la miro hacer algo siento que es un ritual donde cada paso importa y ella no va a saltear ninguno. Es probable que en otra vida y en Japón haya Asido geisha.

Ana cocina muy bien, su casa tiene olor a bizcochuelo recién hecho o a chutney de mango. Ana revuelve la olla lento y corta todos los ingredientes con una prolijidad imposible. Todo en cuadraditos y a mucha velocidad. Yo iba a su casa con un par de ingredientes y volvía a la mía con paté, estofado dulce, huevos quimbo, escabeche de perdices. Era fantástico invitar a comer a casa cuando estaba Ana, todos los invitados se iban encantados con la rica comida y yo lo único que había hecho era calentar todo a baño María.

Ana me pasó a buscar un día que yo estaba muy triste y fuimos con Male a una plaza. Para hacerme reír escalaron una estatua de León y yo les saqué una foto. Después comimos un picnic de todas cosas ricas y cuando me dejaron en mi casa ya estaba más contenta. Como si mis problemas con Ana Afueran menos pesados.

Ana estuvo cuando nació Santiago, pero también después cuando todos los curiosos se habían ido y el niño no paraba de vomitar. Trajo una bolsa gigante llenas de cosas ricas, las puso arriba de la mesita del hospital y me dijo: ahora vos comé. Mientras tanto, Ana y Cecilita se ocupaban de Santiago, lo paseaban, le cambiaron los pañales y lo hicieron dormir. Cuando se fueron pensé que si no podía con esto de ser madre la llamaba a Ana, pero por suerte pude. Igual la llamé un millón de veces porque el bebé tenía fiebre o vómitos o no quería comer o no quería dormir. Y Ana un poco médica, un poco curandera, un poco yogui, siempre tenía la Asolución.

Ana me llamó por teléfono para contarme que se iba a vivir a Estados Unidos y yo no pude decirle nada. Silencio. Mis ojos llenos de lágrimas y la sensación de que me iba a quedar sola en una ciudad que no es la mía. Si Buenos Aires era linda era porque vivía Ana, y ahora ella así como si nada se va. Y ahora con quién me iba a divertir sin hacer nada, ahora con quién iba a charlar por teléfono para contarle nada importante, ahora con quién iba a almorzar. Para mí fue como sacar todas las fichas del tablero juntas y volver a jugar un nuevo juego. Todos en la familia la felicitaban, había muchas comidas haciéndole despedidas y yo estaba ahí, otra vez mirando porque no podía participar.

Ana se fue y a mi me tocó crecer. Hablamos por teléfono de las mismas  cosas que cuando vivía aquí, y cuando nos vemos es como si ella viviera todavía en Beruti.

Seguinos!

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