
Por Felicitas Petracchi
No hace falta investigar mucho para darse cuenta que el mundo tal y como lo conocemos está cambiando. O como lo creíamos conocer, ya que hay cosas que existieron siempre, pero que quizá no eran tan visibles o simplemente no eran reconocidas por la sociedad. No es noticia que el sistema social en el que crecimos está fuertemente definido por una binariedad. Entre todas las dualidades, me gustaría hablar de la división binaria de género en la indumentaria.
Más allá del concepto global de género, me interesa reflexionar acerca de cómo el mismo está tomando fuerza en el rubro de la indumentaria. Pienso la moda como un espejo de lo que ocurre en la realidad social, donde los límites entre los géneros están cada vez más difuminados.

La ropa que consumimos está inmersa en un sistema de dicotomías hombre/mujer, donde la pauta se hace evidente desde las tipologías usadas (por ejemplo, vestido, pantalón, blusa, camisa y sus diferentes cortes y calces), los colores, los textiles, las estampas y dibujos. Hasta las marcas en sí mismas expresan esta binariedad, con su imagen gráfica, sus páginas web y la puesta en escena de los locales donde se sectorizan y venden las prendas.
Si bien no existe una relación natural entre una prenda de vestir y lo que creemos que es la feminidad y la masculinidad, las culturas del mundo han asociado de forma propia relaciones entre estos dos conceptos. Es decir que lo que consideramos femenino y masculino forma parte de asociaciones arbitrarias definidas por contextos socioculturales.

Sin embargo, y casi sin darnos cuenta, hace un tiempo que estos límites empezaron a desdibujarse. El primer ejemplo que me gustaría dar viene de la Segunda Guerra Mundial, cuando las mujeres debieron incorporarse a las fábricas para trabajar, y por necesidad y comodidad, comenzaron a usar los pantalones de sus maridos. Me gusta pensar que este fue el primer acto disidente, donde una prenda que se consideraba exclusivamente masculina rompe y evoluciona comenzando a consolidarse también como femenina. El pantalón se impone entonces como símbolo de libertad y equidad.
Sin embargo, es entre los años 60 y 70 que se produce la verdadera revolución, cuando surge la “moda unisex” como una tendencia social internacional que busca diluir las diferencias de género entre hombres y mujeres, en cuanto a apariencia, vestimenta, comportamiento y hasta nombres personales. La ropa unisex se caracterizaba entonces por “ser aquello que era compartido o adecuado para ambos sexos”.
Si bien entre la ropa unisex se identifican prendas básicas, simples y holgadas, con colores casi siempre neutros y sin estampas que muestren distinción, hoy no se trata de un estilo diferenciado, sino más bien de una tendencia que continúa en evolución. La manera de vestirnos con prendas oversize es un claro ejemplo de ropa unisex en la actualidad. Según el diseñador contemporáneo Santiago Artemis “unisex es cuando una prenda tiene un rol tanto para varón como para mujer”.
Nos sumergimos ahora en el concepto de vestimenta andrógina. Este término proviene de la palabra griega “androgynus”, que significa “andro”: masculino y “gynus”: femenino. Se utiliza para designar a la moda y las tendencias que combinan elementos propios de las mujeres con otros de los hombres. Juega con la ambigüedad, con aquello que no es ni masculino ni femenino, o que es ambas cosas al mismo tiempo. Se trata de una forma de vestir que no responde típicamente a los roles y estereotipos sexuales instaurados por el pensamiento binario social.
“¿Cómo se puede lograr un look andrógino? Muy sencillo: se debe utilizar prendas con ausencia de estampados, en colores neutros, que tengan cortes rectos, pureza de líneas, austeridad y sobriedad.»
Por último, me parece interesante resaltar una tendencia que está pisando fuerte y abriendo grandes debates en este último tiempo: la moda «genderless» o “sin género”. Esta forma de vestirse pretende derribar barreras una vez más, trascender los estereotipos y revolucionar el modo en que consumimos ropa. Es un camino en donde no hay rótulos de género, ni estándares establecidos sobre cómo vestirse.
“La moda genderless no tiene cortes, ni colores, ni estilos particulares. Uno decide ponerse lo que tiene ganas, ya sea de mujer o de varón (…) Es decir, una mujer se puede poner un jean ‘de varón’ y un varón, ponerse una pollera” dice nuevamente el diseñador argentino Santiago Artemis, quien lleva este estilo a la hora de vestirse y lo usa como una forma de expresión de sí mismo.
La ropa «genderless» o «sin género» se caracteriza, entonces, por ser tan libre como las personas que la usan. Se trata de no clasificar las prendas como “de varón “ o “de mujer”, sino de usar la ropa que gusta y que queda cómoda para quien la use. Si se la prueba una mujer le va a quedar de una manera y si se la prueba un hombre, de otra, ambas formas totalmente correctas. Es decir que no es para unos ni para otras, es para todos.
Marcas internacionales como Gucci, Comme des Garcons o Rick Owens son grandes partidarias de este tipo de diseños desde hace hace ya unos años.
El ejemplo más actual y polémico para muchos es el de el cantante británico Harry Styles, quien recientemente protagonizó una campaña de fotos para la conocida revista Vogue USA. Es el primer hombre en posar solo para la portada correspondiente al mes de diciembre de este año.
En la producción se lo observa usando vestidos y prendas con calces y textiles que podríamos considerar “de mujer”, como transparencias, volados y brillos. Sin embargo, el cuerpo que lo porta se identifica como hombre. El cantante es un ícono de la vestimenta genderless, rompiendo con lo que se cree que debería usar un hombre “masculino”.
Para algunos es la evolución de lo unisex, para otros es revolución. Pero la esencia es simple: la indumentaria como forma de expresión. La moda como una herramienta que anima a las personas a romper con lo que se entiende tradicionalmente por masculino y femenino para encontrar lo que mejor les queda.

Creo que todavía estamos inmersos en una sociedad en la que se suele dedicar tiempo a criticar lo que el otro decide usar. Pero con estas nuevas tendencias y revoluciones, la indumentaria viene una vez más a desafiarnos como personas sin etiquetas, generando un espacio no solo para la libertad de expresión y la igualdad, sino también para el juego y la autonomía. Es una forma de expresión que nos permite soñar sin prejuicios ni órdenes establecidas, respetando y valorando la diversidad. Nos invita a ser libres y a encontrarnos a nosotros mismos como seres humanos de un mismo planeta en convivencia.