TENES QUE LEER: EL CIELO ES AZUL, LA TIERRA BLANCA

Un imperdible joya literaria de Hiromi Kawakami

por Leah Bonnin

El punto de partida de la última novela de Hiromi Kawakami (Tokio, 1958)  no puede ser más tópico: chico reencuentra a chica. Sin embargo El cielo es azul, la tierra blanca, que fue merecedora en el 2001 del Premio Tanizaki y ya cuenta en su haber con una adaptación cinematográfica, aborda una historia que quiebra moldes. En primer lugar, porque introduce un matiz de cotidianidad en la manera de abordar el tema de la relación entre anciano y mujer joven –¿un tópico de la literatura nipona?– que con tanto éxito abordó Kawabata en La casa de las bellas durmientes.  Y sobre todo, porque hace de una relación poco habitual un hermoso y sutil camino de pasión.
A pesar de la considerable diferencia de edad, él roza la ancianidad y ella está próxima a los cuarenta, el maestro y Tsukiko acaban enamorándose. Más allá de eso, nada parece ocurrir. ¿Qué hacen los personajes? ¿En qué se entretienen? ¿En qué trabaja Tsukiko? Lentamente el lector irá descubriendo que apenas sabe algo de ellos, salvo que el uno está pendiente del otro y ambos desean y esperan que tengan lugar las reuniones en la taberna del barrio en el que viven.

Además de la edad, entre el maestro y Tsukiko se alza la barrera de la diferencia cultural. Él es un hombre cultivado al que los clásicos no le son ajenos, desde Hyakken Uchida (1889-1971) a Matsuo Basho (1644-1694) y al poema épico «Heike Monogatari», entre los más señalados. Por su parte, la antigua alumna es una mujer de su tiempo, que no estudió demasiado en la secundaria y que utiliza referencias más contemporáneas (El aula voladora) y el lenguaje más técnico que poético de la telefonía y la informática. Precisamente por eso, ambos intentarán llegar al otro, ponerse en su lugar.

El amor que acabarán por profesarse Harutsuna Matsumoto y Tsukiko Omachi se presenta como un sentimiento real y realista, no platónico. Símbolos y tópicos de la literatura japonesa son utilizados de modo nada azaroso. Como en un haikú, la fusión de la naturaleza en la escritura se pone de relieve en aquellos episodios en los que los protagonistas se distancian de la ciudad: es en una isla donde se encuentran a solas por primera vez, lejos de las miradas entre inquisitivas y provocadoras de otros comensales de la taberna, y será en primavera, durante las dos o tres semanas de los cerezos en flor (hanami), cuando aparezca el pretendiente de Tsukiko. Dos capítulos están dedicados a las setas, símbolo de la fusión entre naturaleza y gastronomía y, en la novela, de cierto desenfreno provocado por la anécdota del hongo de la risa. Poco antes del final, Hiromi Kawakami da el título de «Los grillos» al capítulo en que Tsukiko reencuentra al maestro, después de pasar más de dos meses esquivándolo. Es un momento intenso y definitivo, que marcará el desenlace transitoriamente feliz de la relación y un homenaje a un animal que, en Japón, anuncia la llegada del otoño y del que existen más de doce especies y nombres.

El cielo es azul, la tierra blanca se presenta como uno de aquellos haikús a los que Basho impregnaba de naturaleza y budismo zen. Cada capítulo está medido y pautado y representa una imagen, una estación del hermoso camino amatorio entre Harutsuma Matsumoto y Tsukiko Omachi. Más que una lectura compulsiva, exige la serenidad de quien se inicia en un manjar distinto y exquisito.

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