Por Cutusú
La Vicente López 343 es la mejor casa del centro de Salta y quien pasó por ahí sabe que no miento. Dicen que muchos años vivieron monjas y rezaban todo el tiempo, nunca supe quién fue el arquitecto, pero si lo recuerdo muy bien a Esequiel haciendo algún retoque en el pasillo que desembocaba en mi cuarto, siempre estaba pintando o arreglando por qué la Vicente López 343 era impecable.
Entrábamos por la cocina y al costado de la puerta había una mesa con cuatro sillas con los respaldos pintados con nuestros nombres, si seguías caminando estaba Yolanda haciendo guiso de lentejas y después había una puerta que daba al pasillo y llegabas al cuarto de estar. Y aquí estamos los cuatro hermanos peleando por el control remoto, creo que nunca gane una pelea y por eso terminaba leyendo. Todas las paredes estaban llenas de cuadros, eso de la decoración minimalista jamás fue el estilo de mi madre, una mesita con el teléfono y un comedor que dicen era de una madera increíble mi mamá lo patino de verde y quedó fabuloso…En este lugar estábamos todos todo el tiempo, y cuando digo “todos” son todos los amigos y los amigos de los amigos, sumado a alguien que venía de la secretaria de turismo con mi mamá…Todos bienvenidos, jamás fue un problema venir con alguien a casa, había comida recién hecha y la heladera con cosas para compartir.
Cada espacio era: naranja, verde, amarillo, azul…Sin miedo a los colores porque los sabía usar muy bien mi madre, en la casa había una armonía desde que abrías la reja verde hasta que llegabas al quincho de la pileta en el fondo, todo estaba bien pensado. Las macetas con quinotos, los canteros siempre con flores, el pasto verde, el agua de la pileta limpia en cualquier época del año…Jamás un juguete tirado, una silla rota, feo olor, cortinas mal colgadas, baños llenos de cepillos de dientes que no se usan y eso era porque mi mamá se ocupaba de que todo este ordenado, limpio y con rico olor….De hecho a eso de las 17 hs siempre había olor a bizcochuelo en la cocina o facturas de dulce de leche de la Virgen del Saliente.
La primera vez que entré a mi cuarto me sentí feliz, el ventanal gigante del costado llenaba todo de luz, las camas patinadas de hierro con cortinas, la guarda de flores en las paredes, los acolchados en compose con los almohadones y la silla del escritorio, la araña en el medio de las camas y las paredes verdes. Cada persona que entraba a mi cuarto decía guauuuu. Y ahí estaba yo, leyendo, rezando, prendiendo velas, haciendo deberes, ordenando mis libros hasta que Facundo entraba con una guitarra eléctrica disfrazo de Elvis Presley a interrumpir mi silencio, también iba cuando estaba con mis amigas cambiándonos antes de ir a una fiesta, era tan gracioso que nadie se enojaba. Si existe un cuarto perfecto para una niña es el que yo tuve en esta casa.
Los cuartos de mis hermanos eran más chicos y estaban pegados. Cuando volvíamos caminando del colegio Fran se compraba EL gráfico en el diario de la esquina y lo leía después de almuerzo. Nadie sabía que los colecciona, hasta que un domingo la Gregore y mi mamá hicieron orden de los roperos de la parte de arriba de su cuarto los llevaron al basurero. El enojo de Fran se contraponía con la risa de Gregoria que fue y es inimputable.
La biblioteca de Santiago estaba llena de cucardas de la rural, fotos del Monguro o de algún desfile de Güemes en el Mancarrón bien lustrado. Jamás vi a un gaucho más lindo que mi hermano, todo en él estaba perfecto: las espuelas, el pañuelo de seda, el sombrero ladeado…Recuerdo los 17 de junio, empezaban temprano en la casa del Tata en San Lorenzo, armando bien el recado y cepillando al Mancarrón…Santi se iba con Víctor a caballo hasta Salta, y nosotros lo esperábamos en la primera fila de algún palco, cuando pasaba mi abuela Mercedes casi que se caía del palco saludándolo.
Algo gracioso de las casas de mi mamá es que en cuarto de estar y el comedor no se pisan, como si todo ahí fuera demasiado precioso para que se ensucie. Por eso lo único que me acuerdo de este lugar son unos cuadros con sandias gigantes y las puertas que daban a la galería. Las cortinas del cuarto de estar eran una seda bien pesada y las del cuarto de mi mamá de arpillera con líneas azules…Los roperos ordenados y la ropa impecablemente planchada…A eso de las siete venía alguna chica que necesitaba un vestido para un casamiento y mi mamá le regala el más lindo que tenía con una sonrisa. Una vez, vistió a una novia, una madrina y tres hermanas. Yo miraba la escena desde un costado y me preguntaba porque daba lo más lindo y lo más nuevo, hasta el día de hoy la generosidad de mi mamá me sorprende.
Cuando cumplí 13 años, hice una juntada con todos mis amigos y a eso de las doce la noche aparecieron los mariachis a cantarme las mañanitas, en realidad era Mario Castro disfrazado de mejicano con un par de amigos…Mi enojo fue tan grande que mi mamá salió corriendo a la calle y le gritaba Mario suspende, suspende, pero no se daban por aludidos y seguían y seguían…La cara de mi hermano Facundo riéndose de la situación no me la olvido más. Mario Castro era parte de la casa, aparecía a cualquier momento del día a charlar con alguien o tomar una coca, podía hablar de futbol con Fran o discutir con Mirian porque había que votar a tal gobernador.
Hay mujeres que tienen la campera de la última colección de la casa de moda del momento, un auto caro e importado, con una cartera que les haga juego. Sin embargo, sus casas están desprolijas, con algunas cosas rotas o que no quedan bien. Entonces yo trato que mi casa sea un lugar con un perfume que me identifique, comida rica, juguetes ordenados y paredes bien pintadas…Hoy prefiero una casa armónica a cualquier cosa. Porque no sé vivir de otra manera.