
Por Daniel Sánchez | Doctor en Medicina. Cirujano cardiaco
Prof. de Cirugía. UNSa
El 20 diciembre 2019, en la ciudad de Wuhan, China, surgió un brote epidémico de una enfermedad que producía un tipo de neumonía, hasta ese momento de causa poco conocida, que afectó a un grupo de trabajadores pertenecientes a un mercado de dicha ciudad. Días más tarde el Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades inicia una investigación sobre los trabajadores y descarta que esta neumonía haya sido causada por ciertos tipos de virus comunes conocidos anteriormente, pero si notaron que se expandía de manera similar, aunque con mayor facilidad y provocando más fallecimientos que los virus descubiertos previamente.
El 7 de enero del 2020, científicos Chinos, aíslan el virus a través de una prueba de laboratorio conocida como PCR (Reacción en Cadena de la Polimerasa) y notan que el mismo pertenece a la familia de los Coronarividae, motivo por el cual lo denominan Coronavirus 2 del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS-CoV-2) y la enfermedad pasa a llamarse COVID-19.
En un primer momento se pensó que el brote podría ser controlado localmente, pero el 11 de marzo de 2020, debido a la gran cantidad de personas infectadas y a la velocidad de expansión de la enfermedad, la Organización Mundial de la Salud decretó el estado de pandemia.
En Argentina, el primer caso se detectó el 3 de marzo del 2020; el paciente era un hombre de 43 años que llegó a Buenos Aires procedente de Milán, Italia, y 9 días más tarde se presenta el primer caso en la ciudad de Salta.
Actualmente, a nivel mundial, hay confirmados aproximadamente 182 millones de personas infectadas por el virus, de las cuales fallecieron alrededor de 3.900.000. En Argentina, el número de enfermos es de 4.500.000, con un total de fallecidos cercanos a los 94.000, aunque estos datos varían diariamente. En nuestro país, se calcula una mortalidad cercana al 2.1 %, pero esta cifra es muy variables ya que algunas fuentes informan que estos valores pueden llegar al 4.5 %.
La enfermedad COVID-19, produce una gran variedad de signos y síntomas, principalmente a nivel respiratorio, similares a una gripe, como tos, fiebre, dificultad respiratoria, dolores musculares, cansancio, pero en casos graves, se manifiesta como una neumonía que puede progresar a un cuadro de insuficiencia respiratoria, falla de varios órganos e incluso una infección generalizada y la muerte del paciente.

¿Qué factores empeoran la enfermedad por COVID 19?
Como sabemos la pandemia, no solo ha causado una gran cantidad de defunciones, si no también, ha empeorado nuestra salud a nivel cardiovascular. Los diversos factores de riesgo de padecer alguna enfermedad cardiovascular están ahora más descontrolados, especialmente aquello factores llamados modificables, como por ejemplo el colesterol, la hipertensión arterial, el tabaquismo, la obesidad, la diabetes tipo II, el estrés y el sedentarismo. Diversos estudio mostraron que durante los meses de la pandemia, principalmente abril, mayo y junio del 2020, aumentó el consumo de alcohol y tabaco, por otro lado, en una gran cantidad de pacientes, los niveles de colesterol y azúcar en sangre (glucemia) crecieron considerablemente. Sumado a esto, la mala alimentación, los altos niveles de estrés en la vida emocional de las personas, la situación socio-económica y la escasa o nula actividad física a la que nos vimos obligados, debido al aislamiento prolongado, ha favorecido que todos estos elementos actúen de manera negativa sobre nuestra salud y sean factores desencadenantes de enfermedades cardiovasculares, independiente de las que pudiera producir el COVID-19. Los pacientes con estos factores de riesgo son más propensos a contraer una infección grave por coronavirus, por lo que van a precisar una internación más prolongada e incluso, en algunos casos, la necesidad de ingresar a una Unidad de Cuidados Intensivos, con la posibilidad de mayores complicaciones en diferentes órganos o sistemas aumentando de esta manera la mortalidad.
El sistema de salud se encuentra frente a un desafío importante, ya que debe continuar asistiendo a pacientes con enfermedades cardiacas previas y enfermos con otros tipos de patologías, y además, tiene que brindar atención médica a las nuevas urgencias cardiovasculares que están surgiendo favorecidas por los factores antes mencionados como causa del cambio en el estilo de vida asociado la cuarentena, pero también debe atender las complicaciones y secuelas que aparecen en el corazón y sistema vascular de los pacientes con COVID-19.
¿La enfermedad COVID-19 afecta por igual a personas con y sin enfermedades cardiovasculares?
La posibilidad de contagio es similar en ambos casos, la diferencia se establece una vez que se ha producido el contagio. Los pacientes con factores de riesgo cardiovasculares son más propensos a desarrollar la enfermedad, con síntomas más graves y con peor pronóstico. No nos olvidemos, también que el corazón y el pulmón están íntimamente relacionados fisiológica y anatómicamente.
Por eso es fundamental el uso de mascarillas adecuadas ya que la función de las mismas es disminuir la posibilidad de que contagiemos a otras personas, y también evitar en cierta forma, la inhalación de partículas virales exhaladas por individuos enfermos. El uso de mascarillas debe ir combinado con otras medidas preventivas como vacunarse, lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón y mantener el distanciamiento físico.

¿Qué efectos tiene la infección por COVID-19 a nivel del corazón y del sistema vascular?
Justamente sobre este tema vamos a extendernos más detalladamente, para saber cuáles son las complicaciones y las secuelas que puede dejar esta enfermedad en nuestro corazón, arterias y venas.
Cómo dijimos anteriormente los síntomas en pacientes con COVID-19 se presentan de forma frecuente a nivel del aparato respiratorio (nariz, garganta, bronquios y pulmones), pero en ciertos casos puede haber una afectación a nivel del sistema cardiovascular.
Aproximadamente entre un 15 y 25 % de las personas infectadas por COVID-19 tienen una afección cardiaca. Muchos de estos enfermos manifiestan palpitaciones (percepción de los latidos cardiacos), falta de aire, mareos, cansancio y dolor de pecho. Estos síntomas se pueden presentar incluso luego de meses de haber contraído la enfermedad, lo que implicaría, la posibilidad de una infección a nivel del corazón de forma tardía. Estos casos de afección cardiaca ocasionan una inflamación del corazón, llamada miocarditis, como consecuencia de dos condiciones muy bien estudiadas: una infección directa del virus sobre el corazón (ya que se han encontrado partículas del mismo en el interior de las células cardiacas), o como consecuencia de una respuesta inflamatoria desencadenada por nuestro sistema inmunológico contra el virus. En algunos casos, esta miocarditis, provoca diferentes grados de insuficiencia cardiaca (mala función cardiaca, lo que dificulta el envío de sangre adecuado al resto del cuerpo), y por otro lado desencadena una serie de alteraciones en la motilidad y en la velocidad de contracción del corazón. Afortunadamente estos casos no se presentan con frecuencia y no todos tienen mal pronóstico ya que muchos de ellos se recuperan de manera satisfactoria.
Lo que sí es más frecuente es la afectación de los vasos sanguíneos (arterias y venas) en donde se desarrolla un proceso inflamatorio llamado vasculitis que favorece la formación de coágulos (trombos) dentro de los mismos. Estos coágulos o trombos ocluyen los vasos sanguíneos y dependiendo si es una arteria o una vena originan diferentes complicaciones y manifestaciones clínicas.
En los casos que los coágulos se formen en el interior de una vena, traen aparejado una oclusión de las mismas, produciendo una patología que se llama trombosis venosa. Esto sucede, la mayoría de las veces, en las venas de las piernas (pantorrillas), pero también puede ocurrir, en menor proporción, a nivel de las venas de los muslos, brazos o antebrazos. En estos casos la zona afectada empieza a aumentar de tamaño (edema), los pacientes manifiestan dolor y sensación de calor, y en algunas oportunidades se observan cambios en la coloración de la piel.
Existe la posibilidad de que estos coágulos se “desprendan”, al desprenderse pasan a llamarse émbolos, migrando hacia el corazón, logrando continuar su recorrido hacia los pulmones provocando lo que se conoce como tromboembolismo pulmonar, enfermedad que en algunas situaciones, suele ser muy grave con complicaciones mortales.
Si los coágulos (trombos) se forman en las arterias, conllevan a una oclusión parcial o total de las mismas con la consiguiente falta de irrigación del órgano afectado. En el caso de producirse dentro de las arterias que irrigan el corazón (arterias coronarias), el músculo cardiaco queda sin sangre suficiente para cumplir su función, lo que conduce inevitablemente a un infarto, y según la arteria coronaria afectada, podría traer complicaciones graves, con gran repercusión en la función del cardiaca.
Por lo previamente expuesto, muchas sociedades científicas recomiendan que los pacientes internados, que no pueden movilizarse y aquellos con factores de riesgo para trombosis venosa, reciban tratamiento preventivo o profiláctico con anticoagulantes y así poder evitar estas complicaciones y disminuir la mortalidad.
¿Los pacientes con enfermedad cardiovascular que tuvieron COVID-19 pueden quedar con secuelas?
Los pacientes que tienen una enfermedad cardiovascular previa y se enfermaron con COVID-19, no tendrían por qué quedar con secuelas, especialmente debidas a dicha patología, salvo que se haya producido la infección del corazón (miocarditis) o una afectación de los vasos sanguíneos (vasculitis), con la posterior trombosis venosa o infarto. De ahí lo importante que las personas con factores de riesgo lleven un estilo de vida saludable, controlando su presión arterial, colesterol, diabetes, estrés, y principalmente la realización de ejercicios, en la medida de lo posible, evitando por supuesto, el tabaco y el consumo excesivo de alcohol.