Cape Town

Por Cutusú

Me gustar viajar sin ser turista, hacerme amiga de las costumbres del lugar, descubrir dónde tomar un buen café sin prisas, ya que correr nunca fue lo mío.

La primera vez que fui a Cape Town me llevó el viento porque tiene una temporada de kite surf con olas muy grandes y viento del bueno. Así que fue nuestro destino para pasar Navidad en familia, es decir mi marido, mi hijo y yo. Todavía me acuerdo el olor que dejé en todo el departamento porque Santiago quería comer pavo, la cantidad de crackers de Navidad que compramos, la mesa decorada para tres, el árbol con pocos regalos, mi hijo con un gorro de Papá Noel, el abrazo de los tres juntos. Fue una gran Navidad. Al otro día fuimos a misa y era toda cantada; después fuimos a nuestro
café frente al mar y paseaban todos los niños con sus nuevos juguetes con ruedas.

Cape Town me encanta, es un lugar al que volvería una y mil veces porque sorprende.

Tiene una gran mezcla inglesa, holandesa y africana, debe ser lo mejor de cada raza porque todos sonríen mucho. Después de que vas tres veces a un café, la mujer que atiende ya sabe lo que querés y se acuerda de tu nombre, que sos argentina, que tenés un hijo. El mar está muy cerca, entonces todo tiene esa energía de verano, de que todo va a estar bien.

Hay un mercado que se hace solo los sábados y domingos a la mañana, justo arriba del estadio de fútbol que hicieron para el mundial. Los locales van ahí a hacer la compra del supermercado porque todo es fresco, orgánico y riquísimo. Hay carne, quesos, un millón de tortas sin gluten, pastas secas, pizzas, café, té, frutas y verduras. Además hay un montón de puestos que venden todo tipo de comida: crepes, hamburguesas, sushi, waffles, vino, jugos, panes… Cada uno busca su comida y se sienta en unas terrazas que tienen vista al mar y suena una música muy canchera. Al mediodía empiezan a rematar la comida y una hora después cierran. También venden canastos, algo de ropa, cosas de cuero y las flores más divinas del planeta para llevar a tu casa. Justo al frente hay un estacionamiento, así que es muy cómodo ir en auto.

Hay otro mercado que está abierto todos los días, pero cierra tipo 6 de la tarde como máximo y está en el Watefront (bastante cerca de la rueda) y es muy piola para almorzar o picar algo. A mí me gustaron mucho las ostras con champagne. Hay un lugar de sushi que tiene esas alfombrillas eléctricas que pasan platitos y vos vas sacando lo que te gusta. A mi hijo le encantó la pizza y unos nachos con queso cheddar. El puesto de café es muy bueno, así que siempre terminábamos el almuerzo con un café y un macaron de otro puesto. También venden carne seca tipo charqui de cualquier animal que  exista. Frutos secos bañados en chocolate con leche y una coca light fueron mi provisión antes de entrar al acuario. Es divertido porque en un solo lugar hay de todo y comés bastante rápido, cuando viajás con niños es muy práctico.

Las playas son de un azul puro, la arena es casi blanca y se mueve todo el tiempo por el viento. El agua es fría, todos se meten con traje agua, yo me meto con traje de baño. Entonces siento que todos mis músculos se contraen para retener calor, me tiro de cabeza a una ola grande, y salgo del agua con una sonrisa porque volví a ser chica.

El jardín botánico es de una belleza soberbia, tiene un anfiteatro natural. Todos los domingos a la tarde del mes de enero dan conciertos. Los locales van con su canasta de pícnic, llevan su rico vino, sus quesos, mantas, están muy  preparados. Te sentás en el pasto y si tu cuerpo lo pide, terminás bailando al ritmo de todos tus vecinos de concierto. De todas maneras, si no hay concierto, vale la pena ver los jardines porque tienen unas flores, unos árboles y, atrás, unos cerros muy especiales. Esa vegetación verde, abundante, profunda, más alto de la montaña. Tiene una tienda que vende cosas para el jardín, paraguas, cartas, cosas para la casa, pero todo puesto con una gracia que te dan ganas de llevarte todo.

La parte más antigua de la ciudad tiene unos cafés muy simpáticos, hay unas tiendas que te hacen vestidos con los típicos géneros africanos. De hecho, hay un mercado no muy grande que te vende los típicos géneros y animales en madera tallados a mano. También hay tiendas chicas con marcas extranjeras muy cancheras, toda la ropa de playa es muy buena y los protectores solares también. Yo me compré un sombrero que tiene una soga por dentro que ajusta la cabeza así no se vuela por el viento y además tiene protección UV. A la noche hay varios restaurantes con buena música, ideales para comer, tomar un trago y después ir a un boliche.

Lo más impresionante del Museo de Arte Moderno es el edificio y cómo fue remodelado. Es grande, alberga la colección más grande de arte moderno y contemporáneo de África. Está ubicado en un sector donde todos los edificios son más modernos y alrededor la gente trabaja. Muy cerquita  hay una tienda de Lindt donde podés reservar una clase para hacer chocolates o si no comprar un helado delicioso o algunos bombones. Por alguna razón que desconozco (sospecho que tienen bajos impuestos), aquí los chocolates ricos son muy baratos, así que mi valija volvió pesada.

Creo que el waterfront es el lugar más turístico de todos, con su shopping  center gigantesco, donde encontrás casi todas las marcas de lujo y también las más baratas tipo Zara o HyM. Además tiene una librería alucinante con un café delicioso, es imposible no salir con un par de libros. También está lleno de lugares para comer y hay un sushi adentro del shopping que es bastante bueno. Hay tiendas que venden todo tipo de cremas y maquillajes a precios muy convenientes.

Camps Bay es la playa que queda justo debajo de Table Mountain. Es muy lindo el camino hasta llegar a la playa. Esta zona está llena de casa modernas lindas, hoteles boutiques, restaurantes cancheros. Lleno de gente joven. Como es una bahía, el mar es bastante más calmo con las olas.

 

 

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