Por María Elizabeth Yarade
Psicóloga M.P 948
A nivel social transitamos, hace más de 18 meses, por la pandemia de COVID-19, un duro y complejo camino marcado principalmente por la incertidumbre; la crisis sanitaria fue extensiva a lo económico, lo social, lo laboral, lo personal y familiar, dejando al ser humano inerme ante tal embestida.
Las secuelas a nivel psíquico están siendo estudiadas en diferentes países. Una de cada cuatro personas en el mundo padece algún trastorno mental, según la Organización Mundial de la Salud (OMS); el impacto subjetivo y emocional de la pandemia provocó el crecimiento de diversos trastornos psicológicos, principalmente los asociados a sintomatología ansio-depresiva.
Las disposiciones de aislamiento social y obligatorio provocaron cambios en la rutina normal de las personas, en sus conductas y percepciones, y en el entorno. Las pérdidas afectivas, la falta de contacto con los vínculos cercanos, los sentimientos de soledad, inestabilidad económica, separaciones, divorcios, temor a contraer el virus, etc. son algunos de los factores estresores que precipitan las crisis de ansiedad y los cuadros depresivos en sus diferentes grados.
Por lo antes mencionado, resulta importante tomar consciencia de que debemos adaptarnos al imperativo de la “nueva normalidad”, término que en sí mismo genera una sensación de pérdida de lo antes conocido y ante lo cual la mejor opción que tenemos es buscar alternativas de resolución en pos de una posible aceptación del presente.
Las crisis deben ser vistas y entendidas, pese al concomitante negativo que arrastren, como oportunidades; oportunidad de trascender la tristeza, la pérdida, el desasosiego, los cambios en todos los niveles, el temible futuro. Para ello resulta importante y necesario que las personas puedan ocuparse de su salud mental, efectuando consultas a profesionales con el fin de determinar un diagnóstico adecuado y un posible acompañamiento terapéutico, entendido como un proceso que lleva un tiempo prudencial, para posibilitar el despliegue de nuevos hábitos y el autoconocimiento, evitando así la automedicación que no hace más que silenciar, por un tiempo relativo, los síntomas.
Depresión no es un sinónimo de tristeza o decaimiento; es un trastorno caracterizado por la prevalencia de varios síntomas durante un período de tiempo prolongado (por ejemplo, tristeza, desesperanza, incapacidad de percibir placer, alteraciones de sueño, cansancio, falta o incremento de apetito, enlentecimiento del proceso de pensamiento, ideación recurrente sobre la muerte) que son difíciles de afrontar y tramitar de manera individual. Estos síntomas deben ser evaluados por un profesional psiquiatra o psicólogo para determinar el grado de enfermedad e indicar el tipo de terapia recomendada para tal caso (pudiendo ser terapia cognitiva-conductual, gestáltica, sistémica, psicoanalítica, EMDR, etc.). El pedido de ayuda es fundamental para paliar los síntomas y crear condiciones de existencia saludables con el fin de evitar la cronicidad del cuadro.
Por su parte, la ansiedad puede entenderse como un mecanismo defensivo presente en todos los seres humanos, un estado de alarma ante situaciones reconocidas por cada persona como amenazantes, que permitiría el desarrollo de una capacidad de anticipación y respuesta ante posibles riesgos, minimizando las consecuencias del hecho. Entendida de este modo, como mecanismo adaptativo, es buena y funcional, y no un obstaculizador de la salud. Por el contrario, en algunos casos se exacerba la sintomatología (miedos, agitación, taquicardia, sudoración, temblores, problemas de concentración, insomnio, conductas evitativas) y el mecanismo funciona de manera alterada, produciendo estados de salud incapacitantes y posibles trastornos generalizados o fobias que requerirán ser tratados.
Se pueden observar dos polos ante estos trastornos, exceso de pasado, dado por la desesperanza que generan los estados depresivos ante lo que ya no puede ser y jamás será igual, y exceso de futuro, encabezado por la ansiedad ante lo incontrolable y desconocido.
Dar lugar y validar los estados anímicos y acompañar a quienes los padezcan durante este tiempo permitirá desarrollar conductas adaptativas y recursos emocionales, que posibilitarán un despliegue creativo ante los obstáculos que pudieran presentarse. Cabe destacar que es importante que cada ser humano pueda comprender la salud de manera integral, entendiéndola como una relación dialéctica y funcional entre la salud física-biológica y la salud emocional-mental.
María Elizabeth Yarade. Psicóloga M.P 948
Egresada de la Universidad Nacional de Tucumán. Especialista en evaluación y diagnóstico psicológico (UNT). Postgrado en Teoría y Técnica en psicoterapias (CEP-TUCUMÁN).